Thursday, December 16, 2021

Holly Golightly vs la PIF


 

Hace 11 años creé un evento en facebook para rescatar a casi 30 gatxs de una de las peores perreras del país: el zoosanitario (Sevilla). Por alguna milagrosa conjunción planetaria, todxs lxs felinxs fueron rescatadxs y adoptadxs (¡algunx, incluso, en Francia!).Yo misma adopté a una de las gatitas de la “operación rescate”.

Sabía que ella misma me "diría" su nombre en cuanto la conociera, así que pocos días después de llegar de tierras sevillanas, lo vi claro: con su esbeltez y su elegante black & white solo podía tener un nombre: Holly Golightly.

Sin embargo, la pobre no estaba acostumbrada a desayunar en Tiffany's, precisamente. Llegó tan increíblemente hambrienta, que durante días, engullía de forma pantagruélica, como si fuera su última comida (Si, por ejemplo, estaba cocinando pasta y se me caía un spaguetti al suelo, se lo zampaba sin vacilar… ¡crudo!). Rompía el corazón imaginar las carencias, de todo tipo, que habría sufrido en su, apenas, año de vida.




Pero Holly también era el ser más agradecido que he conocido. Corría de pura alegría por el pasillo, celebrando su nueva vida, y también acudía a recibirnos con la misma felicidad cada vez que llegábamos a casa. Al mismo tiempo, sentía un respeto reverencial por mi otra gata, Phoebe. Si iba a comer y veía a su hermana mayor justo detrás de ella, le cedía "el turno" en el comedero y trataba de imitarla en todo. La pobre no sabía que no era una invitada. Tal vez, simplemente, aún no podía creérselo.

Pero 5 o 6 semanas después de su llegada comenzó a engordar o, más bien, a inflamarse, extrañamente. No podía tratarse de un embarazo porque estaba esterilizada, así que hicimos una visita a la clínica veterinaria y, tras unas pocas pruebas, nos dieron uno de los peores diagnósticos posibles (tres palabras que ya nunca podría olvidar): peritonitis infecciosa felina (PIF en español, FIP en inglés). Era una enfermedad feroz, letal, sin ningún tipo de tratamiento o cura.




La veterinaria nos dijo que existían dos variantes. Al parecer, era altamente contagiosa en gatxs “no sanxs”. Más que probablemente, la había contraído en la perrera debido a las malas condiciones y la falta de atención veterinaria. Apenas podía creérmelo. Acababa de sacar a Holly del infierno, para verla caer progresivamente en otro. ¿Qué clase de broma macabra era aquella?

Meses atrás había perdido a mi adorado gato Andy, así que la noticia resultó doblemente devastadora. Ni siquiera había un miserable tratamiento paliativo. Contra el PIF, en su familia, estábamos atadas de pies y manos, solo podíamos ser testigos impotentes de su deterioro. Y así fue. Para nuestro horror, Holly se apagó, fulminantemente, en solo unas pocas semanas. Nos dejó un 15 de diciembre: 3 meses después de su llegada. Ni siquiera pude ofrecerle un año de vida digna.




Pocas semanas más tarde, comencé a investigar el estado de lxs otrxs gatxs rescatadxs y perdí, de un plumazo y para siempre, la inocencia de activista: todxs estaban enfermxs o muertxs. El PIF necesitaba demostrar que era implacable, por lo tanto, poco tiempo después, acabaron falleciendo todxs. Mi operación rescate había sido una victoria pírrica. 30 gatxs que tenían un hogar perdieron la vida por culpa de una enfermedad que habría sido evitable si esa perrera hubiera mantenido unas medidas veterinarias e higiénico-sanitarias mínimas: En suma: si hubiera hecho su trabajo.

Años después de la muerte de Holly y sus compañerxs de celda, de forma accidental, se descubrió un tratamiento para el PIF que funcionaba con un número importante de gatxs. Sin embargo, es tan sumamente caro, que no todas las familias pueden permitírselo. Aquel descubrimiento volvió a romperme el corazón, hasta que, poco a poco, conseguí darle la vuelta. Llegamos tarde para salvar a Holly & Co, pero no para ayudar a otrxs gatis, sus familias y asociaciones (ADiRA es 1 de ellas) que luchan contra este gigante, hasta hace poco, invencible.




Please, compartid en esta entrada información, nombres de asociaciones y teamings, y también testimonios y casos de familias que necesiten ayuda. Creemos entre todxs una red de concienciación y ayuda para que esta maldítisima enfermedad deje de destrozar familias. Help FIP warriors! ¡Por Holly!

FIB Warriors (ADiRA)




Nunca podré olvidarte, loquita feliz, atleta de los pasillos, cálida recibidora en días inhóspitos, zampadora de pasta cruda, cómplice dulce y agradecida, princesa.





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Saturday, December 11, 2021

Una historia de navidad

 



Mis vacaciones infantiles solían tener 3 colores: blanco, verde y amarillo. Las primeras navidades que recuerdo eran tan blancas que lograron que olvidase el “verde semana santa” y “el amarillo verano”. Para una niña del norte el norte donde el paisaje era “unicolor”, el clima mucho más benévolo y la nieve una feliz excepción, el inmaculado manto salmantino de mi "pueblo origen" resultaba… mágico.

Sin embargo, las navidades distaban mucho de ser idílicas. Y no sólo por el viento y el frío glaciar de aquel lugar a demasiada altitud y dejado de la mano de todxs lxs diosxs. Algo olía a podrido en aquella “Dinamarca”. O, para ser exactxs, a muerte. La navidad era sinónimo de matanza y esa mala energía flotaba por todos los rincones, contraatacando, en un pulso infatigable, al ingenuo espíritu navideño. Eau de Nöel vs Eau d’abattage. Eau de Navidad vs Eau de matanza. ¿Cuál ganaría?




Tengo la hipótesis de que el contacto con la cruda realidad de los productos animales desde la más tierna infancia, despojarlos de la distancia y fría asepsia que tienen para un/a niño de ciudad, o te embrutece o te insensibiliza. No hay punto medio.                                   

Recuerdo los chillidos de lxs cerdxs. Aún desde todas las distancias. Manos, cojines, auriculares, televisores. Cuando el sonido del pánico penetra en los oídos como un enjambre de avispas y se aloja en una suite del hipocampo, ya no desaparece nunca.

Tengo muy presentes, también, las vísceras, tripas pestilentes y obscenamente rosas invadiendo espacios, y secándose por demasiados rincones de la casa como invitadxs reptantes no deseadxs. Mis familiares me aseguraban, satisfechxs, que aquellas fundas-vísceras algún día se convertirían en chorizos, salchichones y adobados, como si aquello fuera una justificación universal. Pero yo, que nunca sentí el más mínimo interés por los embutidos, seguía sin entender qué mecanismo compensaba e instaba a repetir, año tras año, aquel repugnante y tedioso proceso.




Sin embargo, lo peor estaba por llegar. 1 o 2 días antes de nochebuena, lxs niñxs éramos sometidxs siempre al mismo ritual: la visita al corredor de la muerte. Algún ser querido nos llevaba de la mano a ver a lxs delicadxs corderitxs y cabritillxs. Sólo un/a niñx psicópata podría ser indiferente ante unos seres tan irresistiblemente adorables, bellos y peluchiles, que no sólo reflejaban, sino potenciaban tu propia inocencia infantil. El mundo era más bonito en su presencia, como si todas las esquinas rasposas se hubieran cubierto, súbitamente, de algodones. Cuando yo miraba a un/a corderx o cabritillx, veía un/a potencial compañer/a de juegos, a una infancia diferente, a un/a amigx.

Poco sospechaba que aquel tierno ser tenía las horas contadas en este planeta, únicamente por haber cometido el “delito” de nacer de otra especie. Aquello era el colmo de la inhumanidad. ¿Qué clase de sociedad psicópata hace que te encariñes con otrxs niñxs o bebés, para 2 días más tarde, asesinarlxs y servírtelos de cena? Independientemente de quién emitiera sentencia y blandiera el cuchillo, ¿por qué este crimen deleznable era perpetrado, con premeditación y alevosía, por seres que supuestamente te querían y debían cuidarte y protegerte?




En aquel único encuentro convergían tres traiciones: a la futura víctima, que apenas había llegado a este mundo y se creía ingenuamente a salvo; a lxs niñxs humanxs, cuya inocencia se traicionaba, robaba y corrompía irremediablemente; y a la justicia y el sentido común.         

Supongo que, dentro de lo espantoso, tuve suerte. Mis abuelxs habían abandonado la cría de ovejas antes de que yo naciera, y “solo” tenían cabras. Por lo tanto, nunca cenamos bebés de cabra. En mi familia nadie era capaz de rebanar un cuello (he visto llorar a mi tío en más de una ocasión al vender sus cabritxs y ser testigo de cómo eran metidos brutalmente en sacos, como si fueran cosas), pero si se servía cordero por navidad. No pasaron muchos años antes de que fuera plenamente consciente de mi involuntaria complicidad en aquel delito: no sólo me estaba comiendo a bebés que querían vivir, sino que me estaba zampando a lxs amigxs de otrxs.

Y otro insight infantil me sacudió como un trueno: para cuando te conviertes en adulto tu corazón se ha endurecido tanto que te transformas en un ser desconectado de su esencia, alguien que, trágicamente, ha desaprendido lo básico. No esperes demasiado a ser tu misma o será mucho más difícil escapar de ese “ejercito de zombies”.




Y esperé un poco, pero no demasiado. Dejar de comer bebés había sido el primer paso pre-adolescente, pero cuando el pato Ferdinand anunció horrorizado “Christmas means carnage!” (“¡la navidad significa muerte!”) en la película Babe, supe que había llegado el  momento de desterrar del menú bastante más que a los bebés: a cualquier tipo de animal, 365 días al año, durante el resto de mi vida.

Como veis esta historia tiene dos finales. Ninguno de los dos es, precisamente, feliz, pero uno de ellos, el de mi yo opresor, al menos, sí es un final FINAL.

Que paséis una justa, solidaria, verde, constructiva, empática y feliz navidad.




Ilustraciones de Jo Frederiks, Sara Sechi, Dina Farris Appel y ¿?


Sunday, October 10, 2021

Fake Meat: The Anti-Ratatouille Experience

 



Anoche cené una hamburguesa vegana de una conocidísima marca que se enorgullece, no solo de la calidad de sus productos, sino de lo mucho y bien que imitan el sabor de los cadáveres productos cárnicos. Como consumidora ocasional de hamburguesas vegetales, tenía muy claras mis preferencias, siguiendo, inconsciente y obcecadamente, la misma máxima: todo lo que lleve champiñón y lenteja roja es bien. Sin embargo, “¡seamos Marco Polos del sabor, de vez en cuando!”, me dije. ¿Qué tendrá esta super “TOP” hamburger que ofrecer?




Desde que me la sirvieron, noté algo extraño, profético, discordante. Era demasiado gordita, demasiado roja, demasiado hamburguesa vacuna. Probarla solo confirmó mis sospechas. Aquello sabía a carne. Espantosamente. ¡Qué mal rollo! Y supongo que, antes de darme cuenta, sufrí el anti-Ratatouille de Anton Ego. Aquel sabor ancestral no supuso un flashback a tiempos mejores, sino todo lo contrario. Yo era la niña que vomitaba los purés en los que mi madre intentaba colarme vísceras y, años más tarde, con estofados y filetes, me resultaba igualmente imposible tragar la insípida bola de tejido cárnico que se me había formado en la boca. ¿El hecho de que esta burger sepa a meat-meat… mola? Hello? ¡A mí la puñetera carne no me ha gustado en la vida!




Y confieso que me la tragué, sin un ápice de culpa, pero con mucho esfuerzo y asquito. Ella, por su parte, me lo recompensó con una “digestión rencorosa” y una sensación de pesadez de tiempos pre-veganiles. No repetiré. Esa ha sido nuestra primera y última cita (¡Que salga con otrxs!). Así que sí, entiendo y respeto a lxs nostálgicxs de los sabores omnívoros (¿Por qué no disfrutar de sus ventajas sin ninguno de sus inconvenientes?), pero les ruego que me tachen de su lista. Por lo que a mí respecta, no hay necesidad de sustituir ni de imitar nada. Mis hamburguesas (bueno, todos mis platos, en general), hasta la fecha, no han incluido el sabor “fake meat” y ni falta que les ha hecho.




Aunque lo más indigesto de todo fue que, mientras la (mal) comía, no podía evitar pensar en, precisamente, lo que intento apartar de mi mente al despertarme, so pena de no levantarme de la cama: tanto sufrimiento, tanto holocausto, tanta desigualdad y tanto crimen ecocida; tanto empujar al planeta al colapso ecológico, condenando a todos sus habitantes, presentes y futuros, solo por degustar este asqueroso, suicida y sobrevalorado sabor de mierda?   




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Tuesday, September 28, 2021

Críticas antiespecistas de la 69SSIFF: Lxs invisibles no tienen redes sociales

 





La diferencia entre el especismo diario del mundo real y el del cine es que este último hay que sufrirlo en pantalla grande. Resulta irónico que la feroz injusticia aparezca agigantada, magnificada de tal forma que resulte imposible escapar de ella, y aún así, lxs espectadorxs elijan no verla. Pero siempre está ahí. Agazapada. Las historias que reflejan nuestro herido siglo XXI no pueden escapar, ni evitar perpetuar, el prejuicio más antiguo, el que está más cómoda y acríticamente instalado en nuestra sociedad y en nuestra psique. Ser consciente de este hecho, como cinéfila, no convierte el visionado del film en una experiencia mucho más llevadera. Más bien lo contrario, ya que cada escena de crueldad innecesaria y de indiferencia del público son una confirmación de la enorme sombra del pensamiento cartesiano bajo la que vivimos y de lo mucho que aún nos queda por evolucionar.

Esta última edición del zinemaldi no ha estado exenta de momentos protagonizados por animales gratuita, injusta y dolorosamente especistas que, o bien nunca deberían haberse filmado, o podrían haberse evitado al sustituirse por animales CGI. Tiarrones a caballo, animales tirando de carretas, jaulas con pájaros, “ganado” (quién sabe en qué condiciones) en granjas, comilonas opíparas a base de cadáveres… Son demasiados para incluirlos todos (no quiero ni pensar en lo que habrá en las películas que me he perdido), por lo tanto, me limitaré los 3 que me han empujado, más si cabe, al abismo de la desesperación… y la misantropía. 




3- Spencer (Pablo Larraín, 2021)

Los paralelismos entre aves cazadas y enjauladas y Diana quedan patentes a la largo de todo el film, siempre con la intención de subrayar su pesadilla real, no como denuncia de una injusticia especista, of course. La película comienza con un faisán ¿muerto? en medio de una carretera por la que pasan, sin inmutarse, toda una caravana de coches. Primera pista, premonitoria a todos los niveles. Posteriormente, en la recta final del filme, la muy al borde de todos los precipicios Kristen Stewart, apenada ante la idea de que sus hijos (dos niños, no lo olvidemos) participen en una cacería de faisanes, interrumpe la matanza justo en su inicio (se ve caer, al menos, a un faisán del cielo. ¿CGI? ¿Cuántos animales habrán muerto realmente para hacer esta película?) y desafía a las balas para rescatar a sus retoños de la barbarie cruel, testosteronea y obsoleta.  

Optimista, confieso que casi  me pongo a aplaudir desde el palco del Victoria Eugenia (muy royal, lo sé, pero con el basketball player que tenía delante, también muy incómodo), sin embargo, la happiness duró muy poco. Pocos segundos más tarde, Diana, la compasiva, estaba invitando a sus hijos a un banquete de comida basura cuyo ingrediente estrella era (¡oh, sorpresa!) otra ave a la que, mercantilmente, se llama “pollo”. Por lo tanto, está mal cazar animales que quieren vivir, cuando no hay ninguna necesidad de hacerlo, pero es perfectamente válido condenar a millones de aves a una vida corta y dolorosa, en la que solo son carne de engorde super hormonada. Una vez más, ejemplo flagrante de “compasión por los animales que no nos obligan a renunciar a nada, pero ceguera egoísta ante “los más comestibles” para no cambiar de hábitos” (Esquizofrenia moral omnivoril en su máxima expresión, vaya). Considerando que es una película cuyo tema principal es la opresión y la falta de libertad cimentada en la metáfora de las aves que no pueden usar sus alas, la elección del menú resulta especialmente desafortunada y dolorosa.


 



2- La Roya (Juan Sebastián Mesa, 2021)

Ambientada en un (precioso) paraje natural colombiano y con la vida rural como protagonista indiscutible, los ejemplos especistas estaban asegurados sí o sí. ¿Y qué “historias para no dormir” vemos en esta ocasión? Gallinas desangrándose, el cadáver de un pobre cerdo como banquete de reencuentro fin de curso, burritxs cargadxs con enormes sacos y con tipos grandes y, lo que más me rompió el corazón: aves directamente capturadas de la selva y condenadas en jaulas. El protagonista, imitando su canto, atrapa aves en una jaula que luego regala a una coleccionista lugareña. Los pájaros decoran la fachada principal de la casa, con vistas a la selva (escalofriante escena). Por lo tanto, todas estas víctimas han sido sentenciadas, cruel y fatalmente, a observar de por vida su hogar sin poder regresar jamás a él. El colmo del sadismo. Confieso que yo no dejaba de pensar, ¿cómo es posible haber crecido y vivido entre aves libres toda tu vida y, a pesar de todo, elegir sentenciarlas tan frívola, gratuita e insensiblemente? Y es que, si esto aparece en el guión, más que probablemente, sea una práctica habitual en ambientes rurales. Y eso, ESO, es lo más terrorífico de todo.

 



1-The power of the dog (Jane Campion, 2021)

El western tradicional es, para mí, un género antipático. Sus protagonistas suelen ser macho-men, el sexismo y el racismo campan a sus anchas y, como no, el (ab)uso de caballos, toros y vacas, completando el tríptico, siempre está presente. Sabía que sufriría viendo lo último de Jane Campion, pero aún no sospechaba que acabaría otorgándole el premio Descartes a la película más especista de la 69 edición. ¿Por qué?

Dos hermanos vaqueros y ganaderos. Sabemos que la presencia de animales en cualquier entorno no natural para ellxs (no eligen ser actores, lxs humanxs, sí), es sinónimo de maltrato y ningún otro film cuenta con más esclavos que The power of the dog. Hagamos cuentas. En el encontramos el catálogo completo del rancio oeste: paseos a caballo, lecciones de doma, mutilaciones genitales (reales, estoy segura), palizas a caballos (fingidas, también estoy segura. Pero, ¿en qué condiciones ha vivido y vive ese animal?), cadáveres de vacas siendo desollados, conejos a los que se asesina para abrirlos en canal con la patética excusa una lección de anatomía… El horror.




Pero lo más doloroso es que, en la lucha de masculinidades que propone el film, es la positiva y no la tóxica, quien decide asesinar animales fría, científica y calculadamente, por alguna asquerosa y débil excusa.  Por lo tanto, el mensaje que nos envía la cinta de Campion es “los hombres de verdad protegen, son empáticos y  compasivos con su familia humana, pero nunca con los animales”. Si a alguien se le ocurre un mensaje más distorsionado e incoherente en este siglo XXI, please, let me know.

Resulta especialmente triste y frustrante que las 3 películas de este top de la vergüenza sean o bien dignas (La Roya) o muy buenas (Spencer, The Power Of The Dog), pero ninguna película, independientemente de su buena calidad, puede justificar JAMÁS la crueldad, el abuso y la muerte de los más vulnerables. Como espectadorxs, nuestra responsabilidad es castigar las historias que no pasan el test antiespecista y enviar un mensaje alto y claro. De lo contrario, la transición de animales reales a CGI se retrasará sine die. Se lo debemos a todxs aquellxs que sufren día a día, injustificadamente, bajo la excusa o el amplio paraguas del arte, y no tienen redes sociales.


*


Tuesday, January 26, 2021

Otro día más en Vystopia

 



Vystopia (*):

1. Crisis existencial experimentada por lxs veganxs, que surge de la conciencia/estado de shock de vivir en un mundo distópico.

2. Conciencia de la codicia, la explotación animal omnipresente y el especismo en una distopía moderna.

 

A veces el despertador ofrece unos minutos de tregua, pero tarde o temprano, aparece esa certeza plomiza, insoportable, al más puro estilo Bill Murray en Groundhog Day. Y es que nada ha cambiado. Aún estás en Vystopia y, otro día más, tendrás que sufrir el mismo bombardeo de atrocidades oportunamente oculto tras el especista velo de la indiferencia, la normalización y el autoengaño. Y casi puedes escuchar las voces de la radio-despertador dentro de tu cabeza:

-Bien, excursionistas, ¡arriba! Despertad y no olvidéis los descansos porque hoy hace frío.

-Hace frío todos los días, ¿dónde creías que estabas, en Miami?




 

Hace frío todos los días

Si desayunas con la radio, la tele o haciendo scrolling en cualquier TL de una red social (Twitter, Facebook, instagram, Tinder?), no solo aparecerá la publicidad infecta de cadenas de comida rápida o de sangrientas ofertas de supermercado, sino que siempre habrá algún/a usuarix dispuestx a demostrar al mundo lo supuestamente irresistible que resulta el trozo de cadáver y/o de subproducto animal que va a meterse entre pecho y espalda, no vaya a ser que sus followers duden sobre qué bando ha escogido en la espectro de la ética… y de su propia extinción.

Una vez en la calle, no es necesario caminar demasiado para encontrarlas. Carnicerías y pescaderías, alterando el campo gravitatorio de las calles, contaminándolo todo con el hedor más nauseabundo que existe: el de la muerte de seres que no querían (ni debían) morir. Observando a la gente entrar y salir de estos negocios-patrocinadores legales del holocausto, con la impasibilidad e inconsciencia más absolutas, de repente, recuerdas al lúcido vampiro protagonista de Only lovers left alive y haces tuyas sus palabras: “Estoy cansada de esto: de lxs zombies, de lo que le han hecho al mundo y del miedo de su propia imaginación”.

Es cierto. Zombies puede parecer un término insultante y agresivo. Al fin y al cabo, casi todxs hemos sido habitantes de Meatland en algún momento. Sin embargo, ¿cómo llamar a las personas con nulo sentido ético y crítico que rechazan e ignoran deliberadamente, en pleno pre-apocalipsis, no solo la información básica, sino su propia responsabilidad de cara al hundimiento de nuestro “Titanic”? ¿Suicidas kamikazes?¿esclavxs de Meatrix? ¿Stormtroopers neoliberales? Lo mismo da. Ellxs son, con diferencia, la píldora más difícil de tragar de esta Vystopia.




 

Stormtroopers neoliberales

En el trabajo o en clase, el día no remonta. Tarde o temprano el especismo asomará el pie, la pierna, o el cuerpo entero: en forma de argumento y/o de cuestionamiento burlón desde la tiránica mayoría; de verdad monolítica, insensible e irreflexiva aprendida desde la cuna o, simplemente, de almuerzo. Porque el hecho de que tú seas veganx (el fastidioso e ingrato recordatorio viviente de una minoría aguafiestas), no va a cambiar ni un ápice sus costumbres diarias (si quedáis para comer ocasionalmente, la cosa cambia y, probablemente, seas tú quien escoja el restaurante). Lo habitual es que, cada vez que les apetezca, tus acompañantes, bien sean colegas, compañerxs, amigxs o familiares, engullan, en tu presencia, cualquier ser que previamente haya caminado/nadado, o a tomarse un café/helado hecho con leche para ternerxs, sin siquiera cuestionarse lo agónico que eso puede resultarte. Mientras tanto, tu único mecanismo de defensa será poner una (con voz de Lady Gaga) “Po-po-po-poker face”. Después de todo, lo “normal, aceptable y necesario” son sus enraizados y mercantilizados hábitos omnivoriles. La “rarita” que “debería adaptarse” continua y esforzadamente al resto, eres tú.

Si tienes suerte, incluso, puedes escuchar uno de tus vegan hits favoritos, en directo y primera fila. Todxs lxs no veganxs lo cantan. Inconscientemente, con las mejores intenciones, y casi siempre sin maldad: “un café con leche de soja/avena para ella y otro con leche normal para mí”. Claro. Porque la “leche normal” es la que toman individuos adultos, bien pasada su época de lactancia, robada vil y asquerosamente a madres violadas de otra especie y a sus bebés. Una leche que es una bomba hiper-mega-nutritiva, cargada de hormonas, sangre, pus, orina y antibióticos, potencialmente cancerígena, con más componentes de los que podemos asimilar. Un fluido de crecimiento diseñado por la naturaleza para convertir a un/a terneritx de 30 kg en un/a toraco/vacaza de 1000 kg. “Leche normal”, of course. ¡Qué bien ha hecho su trabajo la abominable industria láctea durante décadas!    




 

Lo “normal” 

Pasado el mal trago puede que consigas refugiarte en un libro o en una película. Sin embargo, ¡oh asquerosa realidad!, cuando menos te lo esperas, algún personaje cocinará animales o sus subproductos, montará a caballo, matará o engullirá cadáveres, irá a pescar/cazar, llevará pieles/plumas o acompañará a un animal obligadx a ser actor/actriz, haciendo cosas que no son agradables ni naturales en su especie (cargando con peso, transportando humanos, haciendo gracietas estúpidas, etc), en quién sabe qué condiciones de rodaje. Y sabes que el mundo no será un lugar justo hasta que absolutamente todos y cada uno de los animales que aparezcan en cualquier historia audiovisual sean generados de forma digital. Y, al mismo tiempo, también admites, con extrema amargura, que tu opinión es tan impopular, que hay espectadores y criticxs capaces de ver cómo degüellan a otro ser vivo en pantallaza grande, no inmutarse en absoluto y después tener la vergüenza pétrea de calificar como “sensible y lírico” al film en cuestión (Naomi Kawase, el doble capricidio de Still the water no te lo perdonaré jamás. JAMÁS).




 

Opinión impopular

A estas alturas del día (y de tu propia película) sientes cierto grado de burn out, desgaste o agotamiento emocional. Probablemente, incluso, hayas tenido que reprimirte para no estrangular con tus propias manos a quien sabe cuántxs zombies omnívorxs. Si te ha tocado día de supermercado, es posible que te arrepientas, incluso, de no haberte llevado tu espada laser. Y si, sonríes amablemente a todo el mundo como una venerable anciana jedi, pero, internamente, la usarías sin pudor contra todos lxs clientes de las secciones cárnicas y pescadoriles, y te lanzarías alegremente a rebanar cabezas en los pasillos de huevos y lácteos, al grito de: “¡Toma muerte ética, sith mamonazi!”.

Una desconocida doble ley de Murphy vegana de supermercado es: 1) La sección de productos veganos/éticos debe estar, necesariamente, pegada al repugnante pasillo de los jamones y/o de las carnes para que evitarlo resulte total y completamente imposible; y 2) Lxs clientes con nula ética y eco-conciencia y peores hábitos alimenticios deben situarse, obligatoriamente, por delante y detrás del/a cliente vegan en la cola de caja, de tal forma que estx últimx no solo sea doloroso e impotente testigo de cómo la dieta del holocausto, del cáncer y del cambio climático va desfilando impunemente en la cinta transportadora, sino que, para colmo, lxs clientes pre-extinción tendrán la desfachatez de hacer la compra del mes y no llevar ni su propia puta bolsa.




 

Doloroso e impotente testigo

Pero eso no es todo, amigxs, porque internet, por mucho que te resistas y escondas, siempre tiene sorpresitas horrendas que obsequiarte antes del final del día: nuevos y contundentes estudios que demuestren, una vez más, el incuestionable vínculo entre ganadería y apocalipsis climático (y que serán ignorados por un numero nada desdeñable de “ecologistas oxímoron” defensores de la ganadería extensiva, obsesionadxs, únicamente, con eliminar los combustibles fósiles), proyectos de nuevas macrogranjas “matalotodo”, subvenciones al lobby ganadero (y/o cazadoril) de quienes nos gobiernan (y que, cínicamente, prometieron luchar contra el cambio climático), amén de una avalancha insoportable de casos de abandono, crueldad y tortura animal, crímenes psicópatas horripilantes e inenarrables, casi siempre impunes, que te perseguirán durante mucho tiempo en tus pesadillas, entre otros “Más difícil todavías”.




 

Más difícil todavías

Todos los días Muchos días necesitas un abrazo desesperadamente, pero, al mismo tiempo, también eres víctima de un extenuante síntoma vystópico: cuanto más tiempo habites en un mundo profundamente enfermo, cruel y pre-apocalíptico, viviendo a contracorriente (es decir, intentando hacer lo correcto y lo más justo para todxs), en incomprensible minoría, más lejos te sentirás de los seres queridos que aún vivan en Meatrix. Hasta el punto, incluso, a echarlos dolorosamente de menos. Si eres creativx, quizá, consigas sublimar, hasta cierto grado, tu frustración. En mi caso, a veces, transformo este sentimiento en poesías como esta:

 

“Entre tú y yo

hay un cuchillo de distancia,

el carnaval del absurdo,

la barbarie.

Un cuchillo que construye Treblinkas,

perfila desigualdades

y socava las entrañas

de la Madre…

[…]

A menudo

necesito cogerte de la mano

en este laberinto

de distancias siderales,

abrazarte

con el abandono

de lxs niñxs y las olas.

Pero cuando me acerco

me acecha un filo metálico

y he de encontrar la distancia óptima

(que no existe)

o diseñar un nuevo escudo

(que nunca funciona)”.




  

A un cuchillo de distancia

E, irónica y tristemente, debes considerarte una persona afortunada si vives solx y, al final del día, al abrir el frigorífico o un armario buscando comfort food comida, no encuentras ningún alimento hecho con crueldad en ningún estante. Y es que las posibilidades de encontrar una pareja afín con quien compartir y construir tu vida, aquí y ahora, no solo son escasas, sino casi negativas en Meatrix. Por lo tanto, además del sentimiento de desubicación, estupor, desgaste, aislamiento, ansiedad, depresión y demás síntomas de nuestro querido Vystopia mode, hay otro con el que resulta imposible no tropezarse, en todos los ámbitos: la soledad. El mundo castiga a lxs rebeldes, desgastándolxs por los ángulos más dolorosos posibles, pero, al mismo tiempo, también ha demostrado, rotundamente, que “No es signo de buena salud estar adaptadx a una sociedad profundamente enferma”. En este momento excepcional y terrorífico de la historia, solo existen dos lugares diametralmente opuestos en los que vivir: el autoengaño irresponsable, inmoral, suicida y con fecha de caducidad de Meatrix y la odisea dolorosamente lúcida y ¿quijotesca? de Vystopia. El primero nos está matando. El segundo dejaría de existir, simplemente, si los humanos tomaran la pastilla roja. Según los datos de los últimos estudios de impacto ambiental (que finalmente valoran, en su justa medida, la importancia del metano como acelerador número 1 del cambio climático), podría ser la única esperanza de la humanidad.

Llegadxs a este punto, si aún eres no-veganx, ¿opinas que no merece la pena padecer vystopia, que la “estrategia avestruz” es menos dolorosa o que ya darás el paso “cuando lo haga todo el mundo”, a pesar del abominable holocausto animal, de la amenaza del colapso climático y de la certeza posibilidad de futuras pandemias? ¿Acaso no merece la pena pagar el precio “síndrome cuento de la criada” o “complejo de Sarah Connor” AHORA, sabiendo que eso nos evitaría males mayores, y garantizándonos la posibilidad de un mundo justo, libre, empático y habitable para todxs MAÑANA? Entre el veganismo o la barbarie, entre colapsar mal o colapsar bien, ¿qué escoges?

“Ven conmigo si quieres vivir” (**) o, lo que viene a ser lo mismo: Please, go vegan!

 

 


 

 

(*)Término acuñado por la psicóloga Clare Mann.

(**) Cita del film Terminator (1984)

Ilustraciones de Jo Fredericks, Pawel Kuczynski, Jackson Thilenius y Roger Olmos.

 

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