Thursday, February 03, 2022

Carta abierta a la Universidad de Barcelona y al Parc Cientific De Barcelona

 



Estimadxs señorxs,

 

Me dirijo a ustedes en referencia a su futuro y muy planificado asesinato de 32 cachorrxs de raza Beagle.

En la universidad aprendí que los pilares fundamentales del método científico eran la fiabilidad y la validez. La Experimentación Animal no cumple ambas variables. Solo es un método arcaico pseudo-científico, cruel, anti-ético e inútil. ¿Por qué mirar al futuro e invertir en métodos alternativos rigurosos (éticos, válidos y fiables) cuando pueden seguir perpetuando la barbarie y la anti-ciencia? ¿Qué motiva esta investigación, en realidad, para recurrir a los servicios de Vivotecnia, una empresa acusada de espeluznante maltrato animal y protagonista de un escándalo internacional? ¿Pretenden hacernos creer que no había otras opciones? ¿Es este infierno de torturas y vejaciones su fuente de ciencia rigurosa, su “el fin justifica los medios”? ¿A quién pretenden engañar? ¿Cuánto tiempo más van a seguir justificando lo injustificable?



En vista de que su decisión parece definitiva e irrevocable, con esta masacre, su única aportación al mundo (científico o no) es que la “pela es la pela”, y que una institución que debería ir a la vanguardia (y cuyo referente debería ser la sociedad y no el mercado), en realidad, se erige en lo peor y lo más rancio de nuestro sistema. Causar dolor y muerte innecesaria  e inútilmente en aras de un interés farmacéutico injustificable (siempre disfrazado de ciencia, of course) es un rasgo que encaja en la personalidad que nutre nuestro sistema caníbal, enfermo y suicida: la psicopática.

Si, como universidad, esta es su lección internacional, gràcies.

Atentamente,

A.





Thursday, December 16, 2021

Holly Golightly vs la PIF


 

Hace 11 años creé un evento en facebook para rescatar a casi 30 gatxs de una de las peores perreras del país: el zoosanitario (Sevilla). Por alguna milagrosa conjunción planetaria, todxs lxs felinxs fueron rescatadxs y adoptadxs (¡algunx, incluso, en Francia!).Yo misma adopté a una de las gatitas de la “operación rescate”.

Sabía que ella misma me "diría" su nombre en cuanto la conociera, así que pocos días después de llegar de tierras sevillanas, lo vi claro: con su esbeltez y su elegante black & white solo podía tener un nombre: Holly Golightly.

Sin embargo, la pobre no estaba acostumbrada a desayunar en Tiffany's, precisamente. Llegó tan increíblemente hambrienta, que durante días, engullía de forma pantagruélica, como si fuera su última comida (Si, por ejemplo, estaba cocinando pasta y se me caía un spaguetti al suelo, se lo zampaba sin vacilar… ¡crudo!). Rompía el corazón imaginar las carencias, de todo tipo, que habría sufrido en su, apenas, año de vida.




Pero Holly también era el ser más agradecido que he conocido. Corría de pura alegría por el pasillo, celebrando su nueva vida, y también acudía a recibirnos con la misma felicidad cada vez que llegábamos a casa. Al mismo tiempo, sentía un respeto reverencial por mi otra gata, Phoebe. Si iba a comer y veía a su hermana mayor justo detrás de ella, le cedía "el turno" en el comedero y trataba de imitarla en todo. La pobre no sabía que no era una invitada. Tal vez, simplemente, aún no podía creérselo.

Pero 5 o 6 semanas después de su llegada comenzó a engordar o, más bien, a inflamarse, extrañamente. No podía tratarse de un embarazo porque estaba esterilizada, así que hicimos una visita a la clínica veterinaria y, tras unas pocas pruebas, nos dieron uno de los peores diagnósticos posibles (tres palabras que ya nunca podría olvidar): peritonitis infecciosa felina (PIF en español, FIP en inglés). Era una enfermedad feroz, letal, sin ningún tipo de tratamiento o cura.




La veterinaria nos dijo que existían dos variantes. Al parecer, era altamente contagiosa en gatxs “no sanxs”. Más que probablemente, la había contraído en la perrera debido a las malas condiciones y la falta de atención veterinaria. Apenas podía creérmelo. Acababa de sacar a Holly del infierno, para verla caer progresivamente en otro. ¿Qué clase de broma macabra era aquella?

Meses atrás había perdido a mi adorado gato Andy, así que la noticia resultó doblemente devastadora. Ni siquiera había un miserable tratamiento paliativo. Contra el PIF, en su familia, estábamos atadas de pies y manos, solo podíamos ser testigos impotentes de su deterioro. Y así fue. Para nuestro horror, Holly se apagó, fulminantemente, en solo unas pocas semanas. Nos dejó un 15 de diciembre: 3 meses después de su llegada. Ni siquiera pude ofrecerle un año de vida digna.




Pocas semanas más tarde, comencé a investigar el estado de lxs otrxs gatxs rescatadxs y perdí, de un plumazo y para siempre, la inocencia de activista: todxs estaban enfermxs o muertxs. El PIF necesitaba demostrar que era implacable, por lo tanto, poco tiempo después, acabaron falleciendo todxs. Mi operación rescate había sido una victoria pírrica. 30 gatxs que tenían un hogar perdieron la vida por culpa de una enfermedad que habría sido evitable si esa perrera hubiera mantenido unas medidas veterinarias e higiénico-sanitarias mínimas: En suma: si hubiera hecho su trabajo.

Años después de la muerte de Holly y sus compañerxs de celda, de forma accidental, se descubrió un tratamiento para el PIF que funcionaba con un número importante de gatxs. Sin embargo, es tan sumamente caro, que no todas las familias pueden permitírselo. Aquel descubrimiento volvió a romperme el corazón, hasta que, poco a poco, conseguí darle la vuelta. Llegamos tarde para salvar a Holly & Co, pero no para ayudar a otrxs gatis, sus familias y asociaciones (ADiRA es 1 de ellas) que luchan contra este gigante, hasta hace poco, invencible.




Please, compartid en esta entrada información, nombres de asociaciones y teamings, y también testimonios y casos de familias que necesiten ayuda. Creemos entre todxs una red de concienciación y ayuda para que esta maldítisima enfermedad deje de destrozar familias. Help FIP warriors! ¡Por Holly!

FIB Warriors (ADiRA)




Nunca podré olvidarte, loquita feliz, atleta de los pasillos, cálida recibidora en días inhóspitos, zampadora de pasta cruda, cómplice dulce y agradecida, princesa.





*

Saturday, December 11, 2021

Una historia de navidad

 



Mis vacaciones infantiles solían tener 3 colores: blanco, verde y amarillo. Las primeras navidades que recuerdo eran tan blancas que lograron que olvidase el “verde semana santa” y “el amarillo verano”. Para una niña del norte el norte donde el paisaje era “unicolor”, el clima mucho más benévolo y la nieve una feliz excepción, el inmaculado manto salmantino de mi "pueblo origen" resultaba… mágico.

Sin embargo, las navidades distaban mucho de ser idílicas. Y no sólo por el viento y el frío glaciar de aquel lugar a demasiada altitud y dejado de la mano de todxs lxs diosxs. Algo olía a podrido en aquella “Dinamarca”. O, para ser exactxs, a muerte. La navidad era sinónimo de matanza y esa mala energía flotaba por todos los rincones, contraatacando, en un pulso infatigable, al ingenuo espíritu navideño. Eau de Nöel vs Eau d’abattage. Eau de Navidad vs Eau de matanza. ¿Cuál ganaría?




Tengo la hipótesis de que el contacto con la cruda realidad de los productos animales desde la más tierna infancia, despojarlos de la distancia y fría asepsia que tienen para un/a niño de ciudad, o te embrutece o te insensibiliza. No hay punto medio.                                   

Recuerdo los chillidos de lxs cerdxs. Aún desde todas las distancias. Manos, cojines, auriculares, televisores. Cuando el sonido del pánico penetra en los oídos como un enjambre de avispas y se aloja en una suite del hipocampo, ya no desaparece nunca.

Tengo muy presentes, también, las vísceras, tripas pestilentes y obscenamente rosas invadiendo espacios, y secándose por demasiados rincones de la casa como invitadxs reptantes no deseadxs. Mis familiares me aseguraban, satisfechxs, que aquellas fundas-vísceras algún día se convertirían en chorizos, salchichones y adobados, como si aquello fuera una justificación universal. Pero yo, que nunca sentí el más mínimo interés por los embutidos, seguía sin entender qué mecanismo compensaba e instaba a repetir, año tras año, aquel repugnante y tedioso proceso.




Sin embargo, lo peor estaba por llegar. 1 o 2 días antes de nochebuena, lxs niñxs éramos sometidxs siempre al mismo ritual: la visita al corredor de la muerte. Algún ser querido nos llevaba de la mano a ver a lxs delicadxs corderitxs y cabritillxs. Sólo un/a niñx psicópata podría ser indiferente ante unos seres tan irresistiblemente adorables, bellos y peluchiles, que no sólo reflejaban, sino potenciaban tu propia inocencia infantil. El mundo era más bonito en su presencia, como si todas las esquinas rasposas se hubieran cubierto, súbitamente, de algodones. Cuando yo miraba a un/a corderx o cabritillx, veía un/a potencial compañer/a de juegos, a una infancia diferente, a un/a amigx.

Poco sospechaba que aquel tierno ser tenía las horas contadas en este planeta, únicamente por haber cometido el “delito” de nacer de otra especie. Aquello era el colmo de la inhumanidad. ¿Qué clase de sociedad psicópata hace que te encariñes con otrxs niñxs o bebés, para 2 días más tarde, asesinarlxs y servírtelos de cena? Independientemente de quién emitiera sentencia y blandiera el cuchillo, ¿por qué este crimen deleznable era perpetrado, con premeditación y alevosía, por seres que supuestamente te querían y debían cuidarte y protegerte?




En aquel único encuentro convergían tres traiciones: a la futura víctima, que apenas había llegado a este mundo y se creía ingenuamente a salvo; a lxs niñxs humanxs, cuya inocencia se traicionaba, robaba y corrompía irremediablemente; y a la justicia y el sentido común.         

Supongo que, dentro de lo espantoso, tuve suerte. Mis abuelxs habían abandonado la cría de ovejas antes de que yo naciera, y “solo” tenían cabras. Por lo tanto, nunca cenamos bebés de cabra. En mi familia nadie era capaz de rebanar un cuello (he visto llorar a mi tío en más de una ocasión al vender sus cabritxs y ser testigo de cómo eran metidos brutalmente en sacos, como si fueran cosas), pero si se servía cordero por navidad. No pasaron muchos años antes de que fuera plenamente consciente de mi involuntaria complicidad en aquel delito: no sólo me estaba comiendo a bebés que querían vivir, sino que me estaba zampando a lxs amigxs de otrxs.

Y otro insight infantil me sacudió como un trueno: para cuando te conviertes en adulto tu corazón se ha endurecido tanto que te transformas en un ser desconectado de su esencia, alguien que, trágicamente, ha desaprendido lo básico. No esperes demasiado a ser tu misma o será mucho más difícil escapar de ese “ejercito de zombies”.




Y esperé un poco, pero no demasiado. Dejar de comer bebés había sido el primer paso pre-adolescente, pero cuando el pato Ferdinand anunció horrorizado “Christmas means carnage!” (“¡la navidad significa muerte!”) en la película Babe, supe que había llegado el  momento de desterrar del menú bastante más que a los bebés: a cualquier tipo de animal, 365 días al año, durante el resto de mi vida.

Como veis esta historia tiene dos finales. Ninguno de los dos es, precisamente, feliz, pero uno de ellos, el de mi yo opresor, al menos, sí es un final FINAL.

Que paséis una justa, solidaria, verde, constructiva, empática y feliz navidad.




Ilustraciones de Jo Frederiks, Sara Sechi, Dina Farris Appel y ¿?


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