Tuesday, September 28, 2021

Críticas antiespecistas de la 69SSIFF: Lxs invisibles no tienen redes sociales

 





La diferencia entre el especismo diario del mundo real y el del cine es que este último hay que sufrirlo en pantalla grande. Resulta irónico que la feroz injusticia aparezca agigantada, magnificada de tal forma que resulte imposible escapar de ella, y aún así, lxs espectadorxs elijan no verla. Pero siempre está ahí. Agazapada. Las historias que reflejan nuestro herido siglo XXI no pueden escapar, ni evitar perpetuar, el prejuicio más antiguo, el que está más cómoda y acríticamente instalado en nuestra sociedad y en nuestra psique. Ser consciente de este hecho, como cinéfila, no convierte el visionado del film en una experiencia mucho más llevadera. Más bien lo contrario, ya que cada escena de crueldad innecesaria y de indiferencia del público son una confirmación de la enorme sombra del pensamiento cartesiano bajo la que vivimos y de lo mucho que aún nos queda por evolucionar.

Esta última edición del zinemaldi no ha estado exenta de momentos protagonizados por animales gratuita, injusta y dolorosamente especistas que, o bien nunca deberían haberse filmado, o podrían haberse evitado al sustituirse por animales CGI. Tiarrones a caballo, animales tirando de carretas, jaulas con pájaros, “ganado” (quién sabe en qué condiciones) en granjas, comilonas opíparas a base de cadáveres… Son demasiados para incluirlos todos (no quiero ni pensar en lo que habrá en las películas que me he perdido), por lo tanto, me limitaré los 3 que me han empujado, más si cabe, al abismo de la desesperación… y la misantropía. 




3- Spencer (Pablo Larraín, 2021)

Los paralelismos entre aves cazadas y enjauladas y Diana quedan patentes a la largo de todo el film, siempre con la intención de subrayar su pesadilla real, no como denuncia de una injusticia especista, of course. La película comienza con un faisán ¿muerto? en medio de una carretera por la que pasan, sin inmutarse, toda una caravana de coches. Primera pista, premonitoria a todos los niveles. Posteriormente, en la recta final del filme, la muy al borde de todos los precipicios Kristen Stewart, apenada ante la idea de que sus hijos (dos niños, no lo olvidemos) participen en una cacería de faisanes, interrumpe la matanza justo en su inicio (se ve caer, al menos, a un faisán del cielo. ¿CGI? ¿Cuántos animales habrán muerto realmente para hacer esta película?) y desafía a las balas para rescatar a sus retoños de la barbarie cruel, testosteronea y obsoleta.  

Optimista, confieso que casi  me pongo a aplaudir desde el palco del Victoria Eugenia (muy royal, lo sé, pero con el basketball player que tenía delante, también muy incómodo), sin embargo, la happiness duró muy poco. Pocos segundos más tarde, Diana, la compasiva, estaba invitando a sus hijos a un banquete de comida basura cuyo ingrediente estrella era (¡oh, sorpresa!) otra ave a la que, mercantilmente, se llama “pollo”. Por lo tanto, está mal cazar animales que quieren vivir, cuando no hay ninguna necesidad de hacerlo, pero es perfectamente válido condenar a millones de aves a una vida corta y dolorosa, en la que solo son carne de engorde super hormonada. Una vez más, ejemplo flagrante de “compasión por los animales que no nos obligan a renunciar a nada, pero ceguera egoísta ante “los más comestibles” para no cambiar de hábitos” (Esquizofrenia moral omnivoril en su máxima expresión, vaya). Considerando que es una película cuyo tema principal es la opresión y la falta de libertad cimentada en la metáfora de las aves que no pueden usar sus alas, la elección del menú resulta especialmente desafortunada y dolorosa.


 



2- La Roya (Juan Sebastián Mesa, 2021)

Ambientada en un (precioso) paraje natural colombiano y con la vida rural como protagonista indiscutible, los ejemplos especistas estaban asegurados sí o sí. ¿Y qué “historias para no dormir” vemos en esta ocasión? Gallinas desangrándose, el cadáver de un pobre cerdo como banquete de reencuentro fin de curso, burritxs cargadxs con enormes sacos y con tipos grandes y, lo que más me rompió el corazón: aves directamente capturadas de la selva y condenadas en jaulas. El protagonista, imitando su canto, atrapa aves en una jaula que luego regala a una coleccionista lugareña. Los pájaros decoran la fachada principal de la casa, con vistas a la selva (escalofriante escena). Por lo tanto, todas estas víctimas han sido sentenciadas, cruel y fatalmente, a observar de por vida su hogar sin poder regresar jamás a él. El colmo del sadismo. Confieso que yo no dejaba de pensar, ¿cómo es posible haber crecido y vivido entre aves libres toda tu vida y, a pesar de todo, elegir sentenciarlas tan frívola, gratuita e insensiblemente? Y es que, si esto aparece en el guión, más que probablemente, sea una práctica habitual en ambientes rurales. Y eso, ESO, es lo más terrorífico de todo.

 



1-The power of the dog (Jane Campion, 2021)

El western tradicional es, para mí, un género antipático. Sus protagonistas suelen ser macho-men, el sexismo y el racismo campan a sus anchas y, como no, el (ab)uso de caballos, toros y vacas, completando el tríptico, siempre está presente. Sabía que sufriría viendo lo último de Jane Campion, pero aún no sospechaba que acabaría otorgándole el premio Descartes a la película más especista de la 69 edición. ¿Por qué?

Dos hermanos vaqueros y ganaderos. Sabemos que la presencia de animales en cualquier entorno no natural para ellxs (no eligen ser actores, lxs humanxs, sí), es sinónimo de maltrato y ningún otro film cuenta con más esclavos que The power of the dog. Hagamos cuentas. En el encontramos el catálogo completo del rancio oeste: paseos a caballo, lecciones de doma, mutilaciones genitales (reales, estoy segura), palizas a caballos (fingidas, también estoy segura. Pero, ¿en qué condiciones ha vivido y vive ese animal?), cadáveres de vacas siendo desollados, conejos a los que se asesina para abrirlos en canal con la patética excusa una lección de anatomía… El horror.




Pero lo más doloroso es que, en la lucha de masculinidades que propone el film, es la positiva y no la tóxica, quien decide asesinar animales fría, científica y calculadamente, por alguna asquerosa y débil excusa.  Por lo tanto, el mensaje que nos envía la cinta de Campion es “los hombres de verdad protegen, son empáticos y  compasivos con su familia humana, pero nunca con los animales”. Si a alguien se le ocurre un mensaje más distorsionado e incoherente en este siglo XXI, please, let me know.

Resulta especialmente triste y frustrante que las 3 películas de este top de la vergüenza sean o bien dignas (La Roya) o muy buenas (Spencer, The Power Of The Dog), pero ninguna película, independientemente de su buena calidad, puede justificar JAMÁS la crueldad, el abuso y la muerte de los más vulnerables. Como espectadorxs, nuestra responsabilidad es castigar las historias que no pasan el test antiespecista y enviar un mensaje alto y claro. De lo contrario, la transición de animales reales a CGI se retrasará sine die. Se lo debemos a todxs aquellxs que sufren día a día, injustificadamente, bajo la excusa o el amplio paraguas del arte, y no tienen redes sociales.


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