Sunday, December 15, 2013

"Moonrivering" Holly Golightly




Hace algo más de cuatro años monté un evento en Facebook para rescatar 20 gatos del corredor de la muerte de una de las peores perreras del país. Acababa de iniciarme en el mundo animalista-activista, tenía la ilusión (y un toque de megalomanía en plan, "yes, I can!") del principiante y no hacía demasiado que mi gato y amor de mi vida, Andy, había fallecido; por lo tanto, la idea de todos aquellos pobres felinos condenados irremediablemente a una muerte horrenda, simplemente, me resultaba insoportable (luego llegarían otros eventos y muchas sueltas de toalla para volverlas a coger).
 
 
La buena noticia es que salieron todos. La mala, que murieron todos. Peritonitis infecciosa felina(PIF) es una enfermedad que solo el Alzheimer o una secta altamente diestra en PNL podrían borrar de mi memoria. Es altamente infecciosa y resulta incurable y fatal. Esta enfermedad es muy rara en gatos sanos. Normalmente, se transmite a través de heces infectadas o de superficies con un nivel higiénico-sanitario muy deficiente y en las que grandes grupos de animales son hacinados juntos (oséase, la gran mayoría de las perreras del país).
 
 
 
 
Mi idea era adoptar a uno de esos 20 gatos y escogí a  Holly Golightly. No sabía que se llamaba así hasta que llegó, exhausta pero receptiva, de su largo viaje desde el sur del sur del país y su cuerpo esbelto, elegante y excesivamente delgado la delataron. Holly era el ser más agradecido y respetuoso que he conocido en mi vida. Era consciente de que la vida le había dado una nueva oportunidad y se afanaba en demostrar su agradecimiento todos los días. Siempre le cedía el turno para comer a Phoebe y la imitaba en todo, desde los juegos a los rincones escogidos para sus siestas, casi como si creyera que tenía que ganarse su “privilegiada” condición de huésped (¿se daría cuenta en alguna ocasión de que no era una invitada?). Además, siempre, SIEMPRE que alguien llegaba a casa, fuese quien fuese, ella acudía corriendo a saludar al recién llegado, incluso si estaba profundamente dormida. Holly era amor.
 
 
 
Su recién descubierta vida hogareña, desgraciadamente, duró muy poco. Al mes y medio le diagnosticaron PIF y moriría pocas semanas más tarde. Ni siquiera tuvo tiempo de asimilar el concepto “nido calentito”. Fue dolorosísimo, pero no me arrepiento en absoluto. Murió en un hogar rodeada de gente,  no invisible, sufriendo y olvidada en una perrera mugrienta.
 
Hoy hace, exactamente, 4 años que nos dejó. Como no podía ser de otra manera, cada 15 de diciembre se enciende una vela en mi casa.
Moon River siempre va por ti, my Huckleberry friend…
 



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Thursday, October 03, 2013

'Tordesillas Award' de la 61 edición del Zinemaldia




Es posible que de entre los más de 3000 acreditados en la última edición del festival internacional de cine de San Sebastián, hubiera algun@ que fuese, al mismo tiempo, cinéfil@ y animalista. Como desgraciadamente no he tenido la suerte de coincidir con ninguno (ni de leer ningún artículo o comentario sobre este casi siempre olvidado  tema), asumo la responsabilidad de analizar y comentar la cosecha festivalera de este año desde un punto de vista animal friendly y anti-especista.
Teniendo en cuenta que las asociaciones de defensa de los derechos de los animales en el cine no son más que un cuadro en la galería impostada por la que no transita casi nadie (y, en caso de que se visite, no hay nada que unos cuantos billetes no puedan comprar), y que los actores no humanos no eligen estar en un set de rodaje y su actuación se les impone, lo más doloroso para un cinéfilo animalista, es plantearse el innecesario sufrimiento infligido o la posible muerte real que ha tenido que sufrir un animal para rodar tal o cual escena.
 
 
 
Cinematográficamente hablando, este no ha sido un buen año para nuestros hermanos no humanos, lo cual significa que hay muchos y muy firmes candidatos para llevarse a casa el Tordesillas Award. Mal que me pese, a los ojos de la industria cinematográfica, los animales siguen siendo utilizados como objetos a nuestra disposición, seres a los que se puede asesinar, torturar, maltratar o ningunear sin ningún remordimiento o consecuencia tanto dentro como fuera de la pantalla.
Más de una película contiene escenas gratuitas de caza familiar (padres e hijos unidos por los lazos del sadismo, ¿no es tierno?). Prisoners empieza con una y la justifica de manera patética (además, tengo la seria duda de si realmente su víctima fue dormido o asesinado), y en otras como El árbol magnético, se disparan aves como bonita tradición familiar, pero no se muestra a los animales en pantalla.




En el apartado los animales como ganado, el hermano del protagonista de El extraordinario viaje de T.S.Spivet (que también es un cazador nato y cuyo padre tiene toda la casa llena de trofeos disecados), tiene la graciosa costumbre de atar latas a las colas de los gatos y de disparar sobre ellas. La película de Jean-Pierre Jeunet nos muestra, además, una delicada escena de marcado terneril con un hierro candente dolorosamente real. En la estupenda Dallas Buyers Club, por otra parte, se muestras algunas desagradables escenas de rodeo y, como de todos es sabido, los animales que se resisten a ser sometidos y dominados no tienen dobles.
Más actos que reafirman la creencia popular de que los animales (sobre todo los que están alejados de nosotros genéticamente) son poco más que cosas con necesidades fisiológicas. El niño de Pelo malo tira, como acto de venganza, unos peces por la ventana (aunque caen fuera de plano). Sin embargo, no ha sido el pez peor parado de esta edición. Como subrayado innecesario y de trazo grueso, la acartonada y telefilmera October, november muestra a un pobre salmón agonizante fuera del agua que, probablemente, pagó con su vida su “actuación” en esta infumable película.
 
 
 
Otro capítulo pertenecería a relaciones interespecies insólitas (juas). Por las plumas narra la relación de “amistad” que se crea entre un hombre y el gallo de pelea que ha adquirido con la esperanza de que le saque de su rutina. He de admitir que no he visto esta película, pero la opinión de una conocida crítica que aseguraba que los animalistas “nos teníamos que aguantar”, reafirma mi intención de no verla.
Of horses and men ha sido un film que ha gustado muchísimo a público y crítica (de hecho, ha ganado el premio de nuevos directores) y en él se muestra la relación especial que los habitantes de un remoto rincón islandés tienen los caballos y viceversa. Para bien o para mal, este film también me lo he perdido. Me han asegurado que hay escenas muy crueles y desagradables, pero lo que más me cuestiono, una vez más, es el casi siempre sádico entrenamiento que han podido sufrir los caballos para convertirse en actores a su pesar.
 
 
 
A pesar de que me han asegurado de que en la mexicana Heli se degüella a un animal y de que el film kazaco Harmony lessons es la más clara candidata al Tordesillas Award de este año,  he de ser consecuente con lo que sí he visto. Por lo tanto, el premio al film más sádico, cruel y especista de la última edición festivalera va para la china A touch of sin, que intenta radiografiar y denunciar la violencia de la China actual, junto a las relaciones de sometimiento y de poder que las mantienen, pero que no duda en dar latigazos a un caballo hasta hacerlo desfallecer o de cortarle el cuello a un pato, lenta y dolorosamente, esperando a que se desangre (y todo el público es lo suficientemente realista como para saber que no es un truco de cámara).

Sin embargo, ante tanta crueldad animal en una muestra relativamente pequeña (en mi caso, unas 30 películas), una no puede evitar preguntarse cosas como: "¿qué será lo que me he perdido?".

 

 
Una de mis esperanzas era entregar el anti-Tordesillas del año,  pero lo más cercano a la sensibilidad animal que he visto en esta edición, ha venido de la mano de mi peli favorita, la japonesa Soshite chichi ni Naru (Like father, like son) en la que una de sus protagonistas asegura, tajante, que las mascotas no son intercambiables. ¿Llegará en día en el que el Tordesillas Award se vaya d vacio? Let’s hope so…
 
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Wednesday, September 18, 2013

Calcula tu huella ecológica


 

Sorpresa. Espanto. Terror. Esas son las palabras que mejor definen el shock que experimenté al descubrir mi huella ecológica. De hecho, una parte de mí aún se niega a creer que una persona vegana, concienciadísima con los problemas medioambientales, que no malgasta una sola gota de agua y que recicla todo lo reciclable, necesitaría, según su estilo de vida y hábitos de consumo, 1’51 planetas para vivir. Y es que resulta escalofriante saber que un@ mism@, a pesar de sus esfuerzos, está viviendo por encima de sus eco-posibilidades (si todos vivieran como yo, necesitaríamos más de un planeta y medio). ¿Qué estoy haciendo mal?
Puede que, en ocasiones, los veganos nos relajemos y confiemos en el hecho de que nuestra dieta sea un agente compensador lo suficientemente potente como para equilibrar otras cosillas que no hacemos tan bien. Al fin y al cabo, el sector ganadero genera más gases de efecto invernadero que ningún otro (un 18% más de CO2 que el sector del transporte). Y también es una de las principales causas del calentamiento del planeta, la degradación de las tierras, la contaminación atmosférica y del agua, y la pérdida de biodiversidad.
 



Para calcular nuestra huella ecológica hay que tener en cuenta nuestra huella de carbono. Para ello necesitamos tener en cuenta el país en el que vivimos, el clima de la zona, el tamaño de nuestra casa y la cantidad de personas con las que convivimos. Luego hay que valorar el tipo de fuentes de energía utilizadas, el número de kilómetros que viajamos al año y el tipo de transporte utilizado.
Solemos confiar en que reciclar y ahorrar agua y electricidad es la base de la eco-eficiencia, pero la mayoría de nuestros gestos resultan de lo más insuficientes. Nuestra huella de carbono la definen los dispositivos de ahorro energético de los que disponemos (bombillas y electrodomésticos de bajo consumo, sistemas de ahorro de agua, aislantes térmicos y demás) y nuestros hábitos (mantener el termostato bajo en invierno, apagar las luces y ordenadores cuando no se usan, desenchufar aparatos que no se necesiten, secar la ropa al aire libre, etc).
 
 
 
 
La huella de alimentos, por otra parte, se define por nuestro tipo de alimentación (carnívora, omnívora, vegetariana o vegana), los comercios donde se adquieres (no es lo mismo un hiper que una tienda pequeña o mercado en la que los productos son locales) y la cantidad de comida que ingerimos diariamente.
También se valora la huella de alojamiento. Hay grandes diferencias entre vivir en una casita en el campo y hacerlo en un enorme bloque de apartamentos, lógicamente, pero la cosa no queda solo ahí. ¿Nuestra casa o alguna parte de la misma ha sido construida con materiales reciclados, madera con certificación de origen de un cultivo sostenible o cualquier otra característica de diseño ecológico? ¿Aproximadamente, qué porcentaje del mobiliario de nuestro hogar es de segunda mano o fabricado con materiales reciclados o bien producidos de forma sostenible? ¿con que frecuencia utilizamos materiales de limpieza biodegradables o no tóxicos? ¿qué dispositivos concretos para ahorrar agua tenemos instalados? No sé vosotros, pero, en mi caso, viviendo en una casa “viejuna” en la que "yo no pongo las reglas" y los electrodomésticos duran décadas, suspendo en todas estas cuestiones.




En la huella de bienes y servicios, en cambio, saco buena nota. Algo bueno tiene que tener el hábito de estar continuamente apretándose el cinturón: consumes lo justo y necesario. No compro ningún aparato hasta que se estropea (mi móvil de hace 7 años y mi difunto ordenador de 12 lo atestiguan), lo reciclo todito todo y compro productos reciclados/naturales/orgánicos siempre que puedo.
Esto es todo lo que tiene en cuenta este mejorable test (hay muchos, pero todos cojean de algo, y este es uno de los más completos que he encontrado). Sin embargo, lo más dramático de todo ha sido descubrir que estoy muy por debajo de la media nacional en todos los niveles. ¡Casi todo el mundo tiene una huella mayor! Más sorpresa, más espanto, más terror. Son este tipo de noticias las que me hacen tener pesadillas por las noches. Desgraciadamente, todos los países pudientes del mundo, sin excepción, por muy ecologistas que se vendan, tienen un promedio de entre 5 y 2 tierras por habitante. Ahí es nada.
 



Lo admito sin pudor: conocer este dato me ha traumatizado. Ya no puedo comprarme unos pantalones (un gasto de más de 60 € en ropa al mes es super anti-ecológico, fashionistas del mundo), aplicarme una mascarilla o hacer un viaje en coche (con un amigo, porque no tengo ni coche) sin sentir un escalofrío. No dejo de pensar en formas de reducir la dichosa huella, pero tengo la impresión de que mis esfuerzos y compromiso no serán suficientes y seguiré viviendo por encima de las posibilidades del planeta. Me cuesta ser optimista. ¿Estaré a tiempo de cambiar completamente mis hábitos?¿lo estaremos todos?


¿Te atreves a calcular tu propio impacto y/o a hacer algo para reducirlo?

 
 
 
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Wednesday, July 31, 2013

Happy fourth veganiversary!

 
 
 
 
“¿Dónde está la influencia que llevo tejiendo años en mi círculo, en mi familia, en las personas con las que convivo?” me preguntaba.
Y la influencia llegó en forma de paloma sobre la ventana.
Sus pies ya no eran suyos. Una apretada madeja de hilos los iba seccionando, implacablemente, milímetro a milímetro, en lenta e inimaginable agonía.
Ella no lo dudó y la tomó entre sus manos con tierna determinación quirúrgica. La paloma, exasperantemente mansa, no intentó defenderse con su pico y, salvó algún aleteo ocasional, apenas se movió. Y es que las palomas son como los neuróticos: ignoran la potencialidad de su propio equipaje.  
Torpe ayudante, me limité a estirar los pies del animalillo, mientras ella, tijera en mano, desenredada, seccionaba y liberaba. No le frenó ni mi respeto viral, ni mi miedo patológico a causar daño, ni mi asco. Cuando alzó de nuevo las alas de la ventana, aquella tarde, la paloma había recuperado totalmente la movilidad de un pie y parte del otro.
Y comprendí, tras aquella pequeña lección de humanidad, que mi supuesta influencia se había tejido antes que yo.
 
 
 

Happy veganiversary to me, but most importantly, happy life and free existence to all living things!
 
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Thursday, May 02, 2013

Cosas que no decir a un/a veg(etari)an@ #3: ¡Pues no sabes lo que te pierdes!




Te la digan en el contexto en el que te la digan, la “¡pues no sabes lo que te pierdes!” siempre está teñida de una insoportable mezcla de condescendencia y prepotencia que, como mínimo, provoca un pequeño sarpullido.
Al escucharla, la bordería asoma impaciente a los labios y resulta difícil contenerla, pero, en el fondo sabemos que recurrir a este arma, por muy placentero que resulte, casi nunca vale la pena.
 




El “perderse” algo es consecuencia, bien de una elección premeditada o de un obstáculo que no podemos/sabemos franquear, así que un recordatorio gratuito de aquello que ya sabemos, posee un retintín chulesco e innecesario.
Hasta hace muy poco, siempre me había tocado las narices que alguien me saltara con la frasecita de marras en referencia al jamón, el marisco, o cualquier otra delicatesen cadaveril. Al fin y al cabo, llevo decidiendo perderme ese algo desde que hace 17 años, aproximadamente. Recuerdo perfectamente mi etapa omnívoril, thank you very much.
 

 
 
 

La información desconocida y desafiante que atenta contra todo aquello que conocemos bien y damos por supuesto, siempre implica un reajuste o una disonancia cognitiva (es la batalla entre una idea nueva contra una tragada pero no masticada, que, en la mayoría de los casos, asumimos con inercia y mansedumbre). Así que, cuando alguien suelta “¡No sabes lo que te pierdes!”, en realidad, no se lo está diciendo a su interlocutor, sino que se lo está recordando a sí mism@. En el contexto veggie, recalcar la terrible renuncia a la que se vería sometido el paladar, privándose de los alimentos de origen animal (l@s vegan@s y vegetarian@s SÓLO comemos cosas insípidas, recuérdese), es un acto de reafirmación, un potentisimo e incuestionable punto a favor de la opción cómoda y conocida que no se quiere cuestionar, bien sea por temor, incomodidad, autoprotección y/o pereza al cambio.
 
 

Por lo tanto, cuando me dedican este comentario, en lugar de enfardarme, simplemente sonrío, y, a lo sumo, añado un sincero “Si nunca has probado mi opción culinaria, quien no sabe lo que se pierde, eres tú”.
 



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Tuesday, April 23, 2013

Cosas que no decir a un/@ veg(etari)an@ #2: “Yo te respeto, pero me gusta la carne”




Si existiera un ranking de frases anti-green, posiblemente, esta tendría el dudoso honor de ocupar el primer puesto.
Inconscientemente, la mayoría de los orgullosos habitantes de Meatland considera el vegetarianismo como una opción culinaria muy minoritaria (amen de muy sacrificada) y la equiparan al resto de las formas de pensar y modos de vida “alternativos” que conocen. Por lo tanto, cuando pronuncian esa odiosa frase, deep down, es como si dijeran:
 
“Respeto tu opinión, pero es que soy de izquierdas”
“Yo te respeto, pero soy del Barça de toda la vida”, o
 
“Respeto tus gustos cinéfilos, pero nunca me han gustado los musicales”
 
 

Sin embargo, a oídos de un/a no omnívor@ las dos partes que componen esa “yo te respeto, pero me gusta la carne” le rechinan dolorosamente. Es como si de repente, en una canción, la letra no encajara la melodía.
Dos ejemplos:
Es como si, hace 50 años, en plena lucha contra el racismo, un activista comprometido escuchara de boca de un/a vecin@/colega/amig@:
Yo respeto tu cruzada, pero es que me gusta mantener mis privilegios.
 
O como si a otro activista, esta vez entregado a combatir el sexismo y las desigualdades entre hombres y mujeres, le dedicaran la frase:
Yo respeto tu postura, pero es que a mi me beneficia que las mujeres tengan esos roles prefijados.






Duele. Mucho. Aunque no se diga con mala intención (algunas veces, se dice con la mejor de las intenciones), en realidad no es más que un eufemismo mal disfrazado de “me importa un carajo”.
Omnivores of the world, ¿qué responder para no ganarse “la ira verde” de un/a vegan@ o vegetarian@ simpático e interesante que acabas de conocer?
 
Si se es Mr o Ms Honestity: “Respeto tu postura, pero este tema no me afecta ni me duele tanto como a ti”.
Si se es Mr o Ms Practical: “Respeto y admiro lo que haces, pero es que aún no estoy preparad@ para enfrentarme a todo lo que supone no consumir alimentos animales”

Si es es Mr o Ms Diplomatic: “Respeto y comprendo tu postura, pero no la comparto del todo, por ahora”.
 
 

¿Por qué este especial de frases anti-veggie siempre me recuerda el capítulazo de Los Simpsons en el que Lisa se hace vegetariana? ¿será por el “all you need is love” message del final?
 
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Monday, April 15, 2013

Cosas que no decir a un/a veg(etari)an@ #1: ¿Pero tú ya tomas suficientes proteínas?




Si quieres caerle mal a un/a vegetarian@ o vegan@, no escuches ninguno de sus razonamientos, machácale con esta pregunta, e insiste en que “hay que comer de todo”, una y otra vez, hasta que los ojos se le salgan de las cuencas y su voz adquiera una frecuencia tan aguda ue sólo pueda ser descifrada por los perros y ciertos aparatos ultrasofisticados de la NASA.
Y es que nada convierte al ciudadano medio en un experto en nutrición, como el hecho de conversar con un veg(etari)ano. Posiblemente, esa persona no sé haya planteado jamás si su dieta está bien equilibrada, si sufre algún tipo de carencia o si está abusando de algún alimento. Alguno, incluso, asegura casi con orgullo, que no prueba la verdura y la fruta “porque no le gusta”, pero, eso sí, todos saben que Santa Proteína de la Perpetua es el elemento sagrado en cualquier dieta y que, para ser de calidad, hay que consumirla de una fuente animal, como toda la vida, no vegetal, no vaya a ser que se reblandezca el cerebro y/o se acabe con una anemia galopante.
 
 
 
 
Yo me imagino la digestión como una especie de planta de reciclaje en la que los trabajadores escogen y clasifican los materiales descompuestos que les llegan. Cuando encuentran proteína, simplemente la toman y la incorporan. Santa Proteína de la Perpetua no lleva una etiqueta de buena o mala dependiendo de si proviene de fuentes animales o vegetales. La proteína es proteína, venga de donde venga.
A este respecto, Wikipedia dixit: Las fuentes dietéticas de proteínas incluyen carne, huevos, legumbres, frutos secos, cereales, verduras y productos lácteos tales como queso o yogurt. Tanto las fuentes proteínas animales como las vegetales poseen los 20 aminoácidos necesarios para la alimentación humana. La única diferencia entre “proteínas animales” y “proteínas vegetales”, es que las primeras van acompañadas de grasas saturadas que ayudarán a aumentar nuestro colesterol y con ello a obstruir nuestras arterias. And that’s all, folks.
 
 
 
 
 
Mediáticamente, se nos machaca tanto con la falta de proteínas y tan poco con las consecuencias de su abuso, que casi nadie se plantea si se está excediendo en su consumo de la biomolécula mágica. Yo tengo la hipótesis de que nowadays abusamos de la proteína animal porque para nuestros abuelos y bisabuelos, comer carne era un lujo que sólo se podían permitir una vez por semana o en época de matanza, y que, de alguna forma, en nuestro inconsciente colectivo se ha instalado la idea de que la carne es sinónimo de salud de hierro, privilegio y estatus.
A consecuencia de esto, llevamos años, décadas, consumiendo proteínas en exceso y lidiando con enfermedades renales, trastornos cardiovasculares, obesidad, perdida de calcio, alergias varias, hiperactividad del sistema inmune, disfunciones hepáticas y pérdida de densidad ósea (que se quiere compensar tomando más proteína en forma de leche, ¡viva el sinsentido!) que no tenían nuestros bisabuelos.
 
 
 
 
 
En mi caso, por ejemplo, Santa Proteína de la Perpetua (Sonmi y Yoda la bendigan), entra en mi dieta, en "big dosis", en forma de legumbres (un par de veces por semana), frutos secos (especialmente nueces, gran fuente de omega 3, todos los días) y tofu, tempeh o seitán (dos o tres veces por semana). Amén.



 
 
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Thursday, April 04, 2013

El veganismo visto por El escarabajo verde




A pesar de que El escarabajo verde, el programa más eco de la 2, lleva muchos años (¿dos décadas?) en antena, no ha sido hasta hace pocas semanas cuando han dedicado un especial a esa rara avis del territorio nacional (y mundial): l@s vegan@s. Este hecho insólito requiere una celebration. ¡Por fin hemos llegado a la televisión pública!
A pesar de la tardanza y de lo insuficiente, incompleto o cuestionable del resultado global (las proteínas también se obtienen de legumbres, cereales, semillas y frutos secos, por ejemplo, no sólo de tofu y seitán vive el vegano), es de agradecer que, por primera vez, se nos muestre, no como esos hippies trasnochados, blanditos o ilusos melindrosos con problemas de anorexia, sino como personas normales pero muy responsables y muy concienciadas, no sólo ante las injusticias y problemas actuales, sino (casi) siempre enfocadas a abrir ojos (y corazones), y tender puentes hacia un mundo mejor y más justo para todos. Y es que como cada vez van admitiendo más big fishes (el último en caer ha sido Bill Gates), el futuro será vegano o no será.
 
 
 
 
 
Asi que con ustedes, y sin más dilación, Rebelión en la granja. Como dicen por ahí, “pasen y vegan”.




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Sunday, March 24, 2013

Falsa piel falsa





Si te encuentras en una tienda de ropa con un individuo que considera más minuciosamente la etiqueta de los componentes de la prenda que tiene en las manos que el precio, no lo dudes: es vegan@.
Cuando se adopta esta filosofía y estilo de vida, “bueno, bonito y barato” se convierte en un lema caduco, un sine qua non lejano y bochornoso, parecido al que tenían que sufrir nuestros padres o abuelos cuando iban al cine y tenían que pasar por el Nodo. 
 
Antes de peregrinar al probador, presa del entusiasmo narcisil y consumista, hay que comprobar que la ganga en cuestión no contenga tejidos sádicos como plumas, lana, cachemir, mohair, seda, angora, pelo de camélidos, pelo de bóvidos, y, por descontado, cualquier tipo de cuero o piel, sea del animal que sea.
Esto que puede parecer un engorro o una odisea, en el fondo, no lo es tanto. Sólo se complica ligeramente en invierno, si la frívola moda se encarga de poner de ídem algunos de estos productos, o si nos sigue martirizando con el tejido-lija por excelencia: la lana, en casi cualquier abrigo o jersey.
 
 
 

El pasado otoño me compré, por primera vez en mi vida, un chaquetón de piel falsa (sí, el de esta foto) en un establecimiento de la gran compañía que, teóricamente, lidera el mercado de eco thinking (incluso PETA le ha dado algún que otro premio). Lo hice porque la supuesta faux fur no me recordaba a ninguna otra (si fuera imitación de visón o cualquier otra piel clásica, por ejemplo, jamás lo adquiriría, simplemente, por el mal rollo que me da) y porque, más que piel falsa, me daba la impresión de llevar un chaquetón de peluche (o de teleñeco), así que lo apodé, en un arranque de originalidad, como peludo.
Desde hace un par de semanas, sin embargo, soy incapaz de mirar a peludo con los mismos ojos. La culpa la tienen una serie de artículos de varias publicaciones animalistas en los que se asegura que, en muchas más ocasiones de las que pensamos, se nos vende piel auténtica en lugar de falsa. ¡Eso no puede ser, el precio cantaría! estaréis pensando. Pero no, no se refieren a la chinchilla, el zorro, el astracán y más inocentes víctimas famosas del negocio más sádico y estúpido del mundo, sino a los más domésticos gatos y perros (o séase, que  nos dan, literalmente, gato por liebre).
 
¿Quién podría cometer semejante atrocidad? China con la complicidad de una industria internacional sin escrúpulos, of course. Ese fascinante país que, en lo que respecta a la conciencia animal, está a la izquierda de la Edad Media, utiliza unos medios para arrancar la piel de canes y mininos, que sobrepasan cualquier definición de crueldad. En China se mata cada año a 2 millones de gatos y perros cuyas pieles son exportadas a Europa y Norteamérica. Los animales mueren de forma atroz, ahorcados, apaleados o despellejados vivos (esta piel también es vendida en objetos como muñecos, llaveros, juguetes para niños y para animales, etc).
 
 
 

Con la (horripilante) duda razonable plantada en la cabeza, sólo me quedaba una cosa por hacer: googling. Miré la etiqueta de peludo y su origen me erizo la piel: made in China. Un artículo para distinguir la piel falsa de la verdadera llego a mis angustiados ojos antes de que me diera una embolia. Básicamente, existen cuatro formas de diferenciar una piel de otra y peludo pasó el test con nota, sin embargo, el miedo y la desconfianza no me han abandonado del todo.
Lo que se recomienda, lo que yo misma me he encomendado, from now on, es que, es que lo más prudente y responsable es no volver a adquirir ningún abrigo, chaquetón, bolso, etc, que contenga el más mínimo centímetro de piel, por muy eco o animal friendly que proclame ser la marca en cuestión. La vida ya es suficientemente complicada y hay dudas que resultan demasiado pesadas y dolorosas como para caminar a diario con ellas por iniciativa propia.


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