Tuesday, November 17, 2020

Carta a mi yo del 2035

 




Aloha!

 

Te escribo a finales de 2020, en plena pandemia de Covid-19. Hasta la fecha, ha sido, con diferencia, el peor año de tu vida, a pesar de que la competencia con los años anteriores (especialmente el 2017), ha sido brutal. Me gustaría pensar que lo recuerdas como un mal sueño y que desde entonces han pasado cosas buenas y esperanzadoras para todxs, pero mi intuición me dicta que este principio de década solo ha sido el gran punto de inflexión, aquel en el que comienza a cumplirse la “profecía autocumplida” de tu nombre: el principio del fin.

A menudo siento una mezcla de envidia y lástima cuando leo y escucho los planes a largo plazo de la gente. Están convencidxs de que en los próximos 10 años, por ejemplo, podrán seguir comiendo exactamente lo mismo y viviendo, viajando y consumiendo de la misma irreflexiva e irresponsable forma. No puedo evitar pensar que o bien todas esas personas tienen un (elitista) planeta B reservado para cuando llegue el colapso, o bien desconocen, consciente o inconscientemente, la magnitud y gravedad de un problema que, irremisiblemente, ya nos está destrozando. 

 



Cuando somos muy jóvenes pensamos, ingenuamente, que lo peor que nos puede suceder es envejecer. ¿Acaso hay algo más devastador y doloroso que la pérdida paulatina de todo lo que somos y de los seres que más amamos? Sin embargo, en este convulso y terrorífico momento de la historia, a diferencia de todas las generaciones anteriores, sabemos que la respuesta a esa pregunta es afirmativa. Sí, hay algo peor que la pérdida de salud, esperanza, ilusiones, facultades, vínculos, oportunidades y seres queridos: que todo lo anterior ocurra en un planeta colapsado y devastado, mientras todo lo construido en 2000 años de civilización se derrumba.

No puedo ni comenzar a imaginar el infierno apocalíptico que supone ser testigo impotente de todo eso. Es, literalmente, tu peor pesadilla. Todas las causas que apoyas, esas por las que tú, y otrxs antes (y mejor) que tú, habéis batallado durante décadas (el antiespecismo, el feminismo, el antifascismo, el antirracismo, los derechos LGTBI, la eterna lucha contra la injusticia y opresión, en suma), no solo sufrirán una involución, sino que serán progresivamente aniquiladas por la guerra más acuciante, brutal y letal de todas: la supervivencia.




Hay tantas preguntas que me gustaría hacerte, pero que, al mismo tiempo, me aterran. ¿Hemos superado ya los 2 grados respecto al periodo preindustrial? ¿Cuándo se supo, con certeza, que habíamos alcanzado el punto de no retorno? ¿Cuántas guerras por recursos básicos han estallado? ¿qué zonas del planeta son aptas para la vida? ¿cuántas hambrunas y pandemias han sacudido ya el mundo? ¿es irreversible la progresiva muerte de los árboles? ¿cuántas especies han sobrevivido? ¿en qué año murió el Amazonas y el resto de paraísos naturales, básicos para la buena salud y supervivencia de la vida?                      

Ignoro si se han cumplido los peores pronósticos o solo los relativamente malos, pero no me cabe ninguna duda de que en 2035 la vida será infinitamente peor y extremadamente dura para todxs.




Tal vez te enfades conmigo al leer estas palabras y me envíes un tortazo retroactivo por no estar disfrutando de las cosas positivas que aún quedan en el mundo, a principios de la tercera década del siglo. Tú, desgraciadamente, ya no tienes ese lujo (de hecho, puede que no tengas ningún lujo). Probablemente, hayan desaparecido cosas que ahora damos por supuestas, como viajar o ir al cine. Seguro que ya no puedes cantar, escribir, ver películas, leer, pasear junto al mar, o perder el tiempo intentando absorber idiomas. Es posible que tengas que alimentarte de lo que se pueda y malvivir precariamente en algún punto del planeta en el que aún sea posible habitar (Deduzco que la vida en la península ibérica, siendo uno de los puntos más afectados por el colapso climático, será bastante complicada. Incluso en un norte que, siendo optimistas, por esas fechas ya tendrá un clima subsahariano).




Aquí y ahora, como ya sabes, nadie quiere asumir responsabilidades, ni cambiar de hábitos. Siempre recuerdo la metáfora de un periodista que aseguraba que la humanidad es como un coche que se acerca, cada vez a mayor velocidad, a un muro o un precipicio. El conductor es el sistema capitalista, diseñado para apretar el acelerador en cualquier circunstancia, incluso a pesar del riesgo de suicidio. El copiloto son los lobbies que lo alimentan, como los combustibles fósiles y la ganadería, mientras que en los asientos de atrás, formales y calladitxs, van los serviles, desinformadores y cómplices de ecocidio medios de comunicación, junto a lxs líderes mundiales o las personas que nos gobiernan (y que, supuestamente, toman las decisiones). Ese coche sin control tiene un remolque totalmente blindado en el que viajamos todxs lxs demás: los seres humanos y todxs lxs habitantes de este planeta. La buena noticia es que el cristal de ese remolque es cada día menos opaco y, poco a poco, aumenta el número de personas que pueden asomarse y ver el apocalíptico destino al que nos dirigimos. La mala es aún no son suficientes para amotinarse y tomar el control del vehículo.




A pesar de estar casi en 2021, tras dos brotes importantes, no hemos aprendido absolutamente nada del Covid-19. El mundo se empeña, ciega y estúpidamente, en combatir los síntomas de esta pandemia (de origen zoonótico, como todas las epidemias y el 70% de las nuevas enfermedades que han surgido en las últimas décadas) con vacunas, en lugar de eliminar radicalmente las causas: el consumo de (sub)productos animales y el capitalismo voraz. La mayoría de lxs activistas climáticos, empecinadxs en la eliminación de los combustibles fósiles, se niegan a asumir la relación entre cambio climático y ganadería (este lobby contamina ya más que todos los transportes del mundo juntos). No habrá esperanza, ni vida digna sin veganismo. Incluso eliminando hoy mismo, drásticamente, el uso de todos los combustibles contaminantes, no sería suficiente. El camino hacia un mundo habitable pasa por nuestros platos (según lxs expertxs, nada impacta más favorablemente en la salud del planeta que un viraje al veganismo), pero pocxs quieren renunciar al jamón. Nuestros hábitos alimenticios y el desprecio hacia el resto de los habitantes del mundo, aquí y ahora, nos están matando: en forma de pandemias (de origen animal, insisto), eliminando barreras de protección naturales, como selvas y bosques, provocándonos enfermedades cardíacas, hipertensión, colesterol desbocado, algunos tipos de cáncer, etc. Consumir productos animales no es solo asesinato, sino, directamente, un suicidio.




Por todo lo anterior, me resulta imposible no verme abducida por el pánico, la incertidumbre, el rencor y la ira. La eco-ansiedad me ha tomado por el cuello y, básicamente, no me deja vivir. Cada vez que intento mostrar el paisaje desde el remolque a las personas que me rodean, reaccionan, bien con ira, acusándome de negativismo y crudeza “por amargarles el día”, bien refugiándose en la ceguera o el autoengaño, metiendo la cabeza bajo la arena de su responsabilidad individual, negándose a cambiar o exigir responsabilidades (la extinction rebellion seguimos componiéndola, a escala global, cuatro gatxs).

La inacción suicida de las personas que conozco actúa como un potente elemento alienante. Cada vez me siento más sola, frustrada, enfadada e impotente, incapaz de relacionarme con esas personas desde un lugar que no sea el rencor. Seguro que lo recuerdas a la perfección. Al fin y al cabo, no sólo peligran los seres que defiendes e intentas liberar o la vida como la conoces, sino tu propia existencia. En una suerte de “conspiración suicida”, alimentada por lxs ecocidas para seguir contaminando impunemente, la gente no quiere asumir que nadie va a salvarnos. El sistema no se va a destruir él solo. Los lobbies criminales seguirán empujándonos al suicidio, lxs líderes mundiales harán todo lo posible por mantener el statu quo y los medios de comunicación continuarán sin hacer su trabajo, parapetados tras su asquerosa campaña de desinformación. La única esperanza que tenemos, aquí y ahora, es la rebelión de los ocupantes del remolque, pero estamos fallando estrepitosamente. Faltan demasiadas “Gretas”. Y es que (casi) todo el mundo quiere Gretas en el frente, pero nadie quiere serlo.




Sin embargo, aunque el panorama, en 2020, sea terrorífico y desolador, el tuyo debe ser mil veces peor. Si a mí me resulta muy difícil reunir fuerzas para levantarme cada mañana, sola, aislada, en plena pandemia, lejos de todo y de todxs, sufriendo por la inacción de lxs responsables del inminente desastre, no me quiero ni imaginar cómo debes vivir tú. Ya no eres joven y posiblemente las malas condiciones de vida y la mayor exposición a enfermedades, hayan acelerado tu envejecimiento. Bien pensado, tal vez ni siquiera sigas aquí. Hay demasiadas cosas en tu contra durante el apocalipsis climático: alguna pandemia (letal), la contaminación, la resistencia a los antibióticos, la aparición de nuevas enfermedades, la hambruna, etc. Es curioso. Abuela murió con 95 años. Ama con 73. Nosotras, posiblemente, muramos mucho antes. La involución tiene un sentido del humor bastante macabro.

Me gustaría pensar que, si sobrevives, no estarás abducida por el pánico, ni te habrás convertido en una máquina de odio y rencor hacia la humanidad (lo único bueno que se me ocurre es que, por esas fechas, nadie acusará a los activistas medioambientales de catastrofistas, ni se burlará del veganismo). Me gustaría que, para entonces, ya hubieras desarrollado “un padre y madre internos” poderosxs (cosa que yo no he conseguido en todos mis años de vida) que te cuiden y protejan. Pero, si se cumplen las peores expectativas, vivirás desgarrada, sobrepasada por el brutal desgaste del David vs Goliat. Hasta ahora has sido fuerte (no te ha quedado más remedio), pero la vida te ha puesto demasiados obstáculos, demasiada soledad y demasiadas tragedias. No tienes la ventaja del colchón emocional del que disfrutan la mayoría. Todxs tenemos un límite y es más que probable que tú ya lo hayas sobrepasado.




Espero que en estos 15 años consigas arrancar, aunque sea breve y subrepticiamente, algún momento de consuelo y felicidad. Espero que encuentres personas nutritivas, inspiradoras, creativas, empáticas y comprometidas que te apoyen y te acompañen donde necesites. Espero que ames y que te amen, en cualquiera de sus formas (el amor romántico, en tu caso, es una utopía). Espero que la amargura, la desesperanza, la ira, el dolor y el pánico no te arranquen todo lo bueno que has construido, tu humanidad o tu esencia (En 2020 estabas empezando a ser consciente de la fuerza de tu voz. No lo olvides. No lo pierdas). Por mi parte, espero aprender a quererte y mimarte como no lo he hecho hasta la fecha (maltratándote con pensamientos tóxicos, autosaboteos, sufrimientos, rumias, autoaislamiento, exigencias, autoindulgencia, negación sistemática de tus rasgos positivos, etc).

Confieso que te escribo todo esto desde el patético 0,01 % de esperanza que me queda. Confiando en que estés relativamente bien y que nada terrible e irreversible haya ocurrido, ni en el mundo, ni en tu vida. Aferrándome, estúpidamente, a la ilusión de que mis palabras sean como el contra-hechizo que bloquee la maldición de un/a magx o brujx.

Nunca olvides a Viktor Frankl y su resiliencia. Recuerda. Pase lo que pase, tengas la edad que tengas: Eres valiosa. Eres única. Eres fuerte. Eres creatividad, talento, voz y corazón. Tienes mucho que decir y caminar. ¡Por favor, lucha! No permitas que te arranquen todo eso, ni siquiera con el repique de las últimas campanas.

No te quiere lo suficiente, pero lo intenta,

 

Amaia.

 

 



***

 

Lectura imprescindible: La pandemia, la crisis climática y los animales: liberación total para evitar la extinción


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