Recientemente
he visto tu última película estrenada en España, The Revenant, un film
rodado en condiciones extremas que parece haber sido diseñado para alinear
todos los planetas de esta y de todas las galaxias conocidas para auparte a los
altares actoriles, y recompensarte, finalmente, con la doradísima estatuilla.
Sería
una hipocresía imperdonable por mi parte asegurar que no mereces un premio o
que no tienes talento. Tu carrera está llena de actuaciones brillantes, desde ¿A
quien ama Gilbert Grape?, pasando por El aviador, The Departed o Shutter
Island, hasta las más recientes El gran Gatsby o El
lobo de Wall Street. Un oscar por cualquiera de estos trabajos (o
alguno de los no mencionados) habría sido más que justo, sin embargo, cuando la
gloria dorada caiga finalmente sobre ti esta madrugada (que lo hará), much@s,
yo entre ell@s, no lo celebraremos en absoluto.
Motivo
Número 1
Existe
una larga y tristemente enraizada tradición oscaril en la que, sistemáticamente,
la actriz o el actor que se ha sometido a las circunstancias, transformaciones
o retos físicos más extremos, gana el oscar de la edición. Parece ser que
engordar o adelgazar 20 kilos, padecer una enfermedad incurable, postrarse en
una silla de ruedas, tartamudear o interpretar a un homosexual moribundo (¡viva
la “culpa gay” en Hollywood!) es una condición sine qua non puedes llevarte a
casa el dichoso tito oscar. Sin embargo, ¿esfuerzo físico extremo significa,
necesariamente, mejor interpretación? Rotundamente no.
Este
año la tradición tiene todas las papeletas de perpetuarse contigo. Carezco de
los conocimientos interpretativos para valorar si tu interpretación super
física de estar al borde de la hipotermia, sufrir muy mucho y comer cadáveres asquerosos
merece, más que en otras ocasiones, el preciado reconocimiento dorado. Sin
embargo, tu galardón, además de perpetuar esta toxica tradición oscaril, demuestra
que, al menos por lo que a mí respecta, te has lucido bastante más en otras
ocasiones.
Motivo
número 2
Un
hombre que se define como actor y ecologista, que ha dedicado años, esfuerzo y
una parte considerable de su fortuna en proteger y salvar el medioambiente y a todos
los que lo habitan (es mundialmente conocido su compromiso para salvar al tigre
de la extinción, causa por la que llegó a donar un millón de dólares), alguien
que ha dado discursos pro-green en cumbres, que ha mantenido charlas con presidentes
(¡y con el papa!), que ha creado una fundación para promover las causas medioambientales
que lleva su nombre, que ha impulsado la creación del documental 11th
hour y que ha sido productor ejecutivo del imprescindible Cowspiracy
(documental que denuncia el brutal impacto de la ganadería en el medioambiente),
no puede formar parte de una película en la que continuamente se cometen,
impunemente, asesinatos y actos de maltrato animal sin resultar un hipócrita.

Aunque
sea una organización de pacotilla, el hecho de que en los títulos finales de The
Revenant no apareciese el sello de la American Humane Association y su ya mítico ‘No Animals Were Harmed in the Making of this Motion Picture’ no
hacía presagiar nada bueno. Sin una monitorización mínima (y aún peor, sin unos
estándares de bienestar animal mínimos), y conociendo la nula sensibilidad del
directo Alejandro G. Iñárritu hacia las otras especies no humanas, todo apunta
a que si ese rodaje ha sido un infierno para los actores, lo ha sido aún más para
los actores esclavizados que en ningún momento dieron permiso para participar
en él: los animales. Y DiCaprio, el ecologista, el protector de todas las
formas de vida, el defensor de la dieta verde, no ha dudado un instante en
comer carne de bisonte cruda (al parecer una carne de pega no resultaba lo
suficientemente realista), un pez igualmente crudo (si el pobre animal estaba
aún vivo, como se muestra en el film, se desconoce), de no pestañear ante el
hecho de rodearse de cadáveres de animales mutilados expresamente para el film
o de ser testigo diariamente de no queremos ni imaginar cuantos golpes,
fracturas y heridas (y posibles muertes) de caballos durante las interminables jornadas de rodaje en condiciones
extremisímas.

Y
es que un actor ecologista participando en un rodaje de un director conocido
por su descarada (¿y autocelebrada?) violencia animal es como una actriz vegana
firmando un contrato con la “experimentamos-en-animales-alegremente-y-con-premeditación-y-alevosía-lará-lará”
L’Oréal: nada más y nada menos que venderse al diablo. ¿Acaso los valores valen
muy poco o nada cuando está en juego la gloria oscaril?
Leo,
tienes el talento, el prestigio, el respeto y la admiración de crítica y
público, un currículum impresionante (has trabajado con algunos de los mejores vivos
y has sido el actor fetiche de Scorsese, nada menos), eres joven y todo apunta
a que tienes aún muchos papelones que protagonizar. ¿Realmente necesitas un oscar?
Y lo que es aún más triste, ¿demostrar que estás dispuesto a vender hasta a tu
madre por conseguirlo?
Cuando
dentro de unas horas, estatuilla en mano, dediques en tu discurso unas palabras
a la defensa del medioambiente, sonrisa profidén mediante, no conseguirás ocultar
el hecho de que en tu particular escalada como “renacido”, tus manos, al igual
que aquellos diamantes que tiempo atrás protagonizaste, estarán manchadas de
sangre.
Un abrazo de osa,
Una
cinéfila, vegana y activista.
*