Hace
algo más de cuatro años monté un evento en Facebook para rescatar 20 gatos del
corredor de la muerte de una de las peores perreras del país. Acababa de
iniciarme en el mundo animalista-activista, tenía la ilusión (y un toque de megalomanía en plan, "yes, I can!")
del principiante y no hacía demasiado que mi gato y amor de mi vida, Andy,
había fallecido; por lo tanto, la idea de todos aquellos pobres felinos
condenados irremediablemente a una muerte horrenda, simplemente, me resultaba
insoportable (luego llegarían otros eventos y muchas sueltas de toalla para
volverlas a coger).
La
buena noticia es que salieron todos. La mala, que murieron todos. Peritonitis infecciosa felina(PIF) es
una enfermedad que solo el Alzheimer o una secta altamente diestra en PNL podrían
borrar de mi memoria. Es altamente infecciosa y resulta incurable y fatal. Esta
enfermedad es muy rara en gatos sanos. Normalmente, se transmite a través de
heces infectadas o de superficies con un nivel higiénico-sanitario muy
deficiente y en las que grandes grupos de animales son hacinados juntos (oséase,
la gran mayoría de las perreras del país).
Mi
idea era adoptar a uno de esos 20 gatos y escogí a Holly Golightly. No sabía que se llamaba así
hasta que llegó, exhausta pero receptiva, de su largo viaje desde el sur del
sur del país y su cuerpo esbelto, elegante y excesivamente delgado la
delataron. Holly era el ser más agradecido y respetuoso que he conocido en mi
vida. Era consciente de que la vida le había dado una nueva oportunidad y se
afanaba en demostrar su agradecimiento todos los días. Siempre le cedía el turno
para comer a Phoebe y la imitaba en todo, desde los juegos a los rincones escogidos
para sus siestas, casi como si creyera que tenía que ganarse su “privilegiada” condición
de huésped (¿se daría cuenta en alguna ocasión de que no era una invitada?).
Además, siempre, SIEMPRE que alguien llegaba a casa, fuese quien fuese, ella
acudía corriendo a saludar al recién llegado, incluso si estaba profundamente
dormida. Holly era amor.
Su
recién descubierta vida hogareña, desgraciadamente, duró muy poco. Al mes y medio
le diagnosticaron PIF y moriría pocas semanas más tarde. Ni siquiera tuvo tiempo
de asimilar el concepto “nido calentito”. Fue dolorosísimo, pero no me
arrepiento en absoluto. Murió en un hogar rodeada de gente, no invisible, sufriendo y olvidada en una
perrera mugrienta.
Hoy
hace, exactamente, 4 años que nos dejó. Como no podía ser de otra manera, cada
15 de diciembre se enciende una vela en mi casa.
Moon
River siempre va por ti, my Huckleberry friend…
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