Thursday, January 06, 2011

Cuento de Navidad



Nunca dejará de fascinarme la fragilidad de los hilos que mueven los acontecimientos. Si una amiga no hubiera olvidado el móvil en un pub la tarde del 25 de diciembre, no habríamos desandado nuestros pasos. Si yo la hubiera acompañado al interior del local en lugar de esperar fuera, no habría escuchado unos gritos de auxilio. Si no hubiera buscado incansablemente al emisor de esos gritos, ahora no tendría cicatrices en la mano.

Al principio pensé, con horror, que aquel maullido lastimero que subía y bajaba de volumen e intensidad, provenía de uno de los contenedores subterráneos, pero me equivocaba. Su escondrijo eran los coches a ambos lados de la carretera, entre los que se movía con la temeridad de sus escasos dos meses de vida.
Cuando salió del pub, móvil en mano, mi amiga no necesitó preguntármelo para saberlo, le bastó leérmelo en los ojos.

El animalillo estaba asilvestrado, además de extremadamente asustado, por lo tanto, iba a resultar más que difícil cogerlo. Necesitábamos refuerzos, así que la operación rescate final incluyó a otra amiga, su paciente novio, un bol de leche, una espontánea de mediana edad que aseguraba haber rescatado a otro michin en las mismas, una niña oriental que debía estar aburrida beyond words (observar atentamente los torpes intentos de “caza gatuna” de unos desconocidos en una de las noches de navidad más frías que se recuerdan, no es, precisely, un espectáculo de masas) y algunos transeúntes-reporteros que nos iban señalando el punto exacto de la localización del felino.

Una hora (y crecientes síntomas de desensibilización en los dedos de los pies) más tarde, decidimos ir a tomar un necesario café antes de proseguir con el nada exitoso intento de rescate. El novio de una amiga y la niña oriental, sin embargo, insistieron en quedarse. Cuando mis amigas terminaban su café y a mi apenas me había dado tiempo a beber la mitad de mi té verde con menta, ambos, adulto y niña, se asomaron a ventana de la cafetería con una sonrisa en los labios y una caja de cartón: ¡lo habían cogido!

El cuento dickensiano estaba escrito. Teníamos el frío escenario navideño, las circunstancias difíciles, la acción desinteresada, el espíritu solidario, el buen samaritano (¿cómo noses conseguiría atraparlo?). ¿Qué nos faltaba? Mr Scrooge, of course. En este caso, Mrs, porque en esta ocasión fue reencarnado por mi señora madre.

Si os soy completamente sincera, no tenía muy clara mi motivación principal en aquel rescate. Para mi ayudar a un gatito de la calle no difiere demasiado de socorrer a un niño perdido. ¿Acaso llevártelo a casa y darle un par de galletas implica, necesariamente, adoptarlo?. Lo único que sabía era que no podía abandonarlo a merced del tráfico, el hambre y el frío. Pero si todo iba bien, nos enamorábamos de él y el animalillo estaba sano, tal vez...

Mi madre, sin embargo, tenía más claro que yo lo que quería y lo que no. Creo que en mi vida la he visto más inflexible, radical e histérica. No habrá más gatos at home. Ever again. Lo malo es que su actitud no varió un ápice cuando le dejé bien claro que el gatin estaría out en breve. Supongo que las dos muertes gatunas recientes que habíamos vivido decidieron por ella.

Cuando un nuevo animalin (especialmente si es callejero) llega a casa, lo ideal es reservarle una habitación para a) que se vaya acostumbrando a los habitantes, sonidos y olores, y b) proteger a los gatos caseros de posibles enfermedades, además de parásitos.
Pero a pesar de las necesarias restricciones, era mi invitado, así que me aseguré de que disfrutara del mejor bufé libre. También le hablaba y cantaba para tranquilizarlo cuando comenzaba a maullar (por algún extraño motivo, funcionaba). Phoebe, mi gata, se convirtió en la guardiana de su puerta, pero nunca llegó a verlo. No me imagino nada más frustrante para un gato que la curiosity insatisfecha.

Tras un día y medio encerrado en el cuarto de baño pequeño, cuando el pobre comenzaba, poco a poco, a “desdesconfiar” de mi, llegó el momento de entregarlo a la protectora. En aquel segundo intento de caza, las dos recibimos heridas de guerra, pero mi madre se llevó la peor parte.
Pensé que sentiría cierto alivio en el momento del adiós (la situación at home era insostenible), pero más bien fue todo lo contrario. Confieso que mi yo científico también se sintió frustrado. Convertir a una desconfiada panterita en un ronronator peluchón (or something in between) era un desafío que me apetecía mucho. El pobre apuntaba maneras. Aprendió a usar el arenero desde el día uno. Es curiosa (y admirable) la pulcritud innata de los gatos...

8 comments:

  1. Desdesconfiar = confiar :P

    Ay qué monada. El gato, la historia, tú, todo.

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  2. Espero que el 2M11 le llevé al gatito a un lugar tana cogedor como el que tú le querías dar.

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  3. Thanks, Rick! He pensado muchas veces en llamar a la prote, pero me da pavor que me den malas noticias.
    Espero que el peque esté sanito y se sociabilice lo antes posible. Los txikis son más adoptables que los adultos, asi que, si todo va bien, tiene muchas posiblidades.

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  4. Alhy! no puedo entenderte más y no sabes lo bien que sienta entrar en este blog y verte aqui reflejada, porque yo tb me veo reflejada.
    Entiendo la situacion insostenible en casa, eso es como el adn de todos nosotros.
    Pero me fascina la última frase! de verdad, me encanta!
    Bravo por ti!

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  5. Hola

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  6. que tierna historia, pero yo ya hubiese llamado, la incertidumbre no me dejaría dormir....prefiero saber sea lo que sea, que la ignorancia total y absoluta o las verdades a medias..un beso wapa.

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