La diferencia entre el
especismo diario del mundo real y el del cine es que este último hay que
sufrirlo en pantalla grande. Resulta irónico que la feroz injusticia aparezca
agigantada, magnificada de tal forma que resulte imposible escapar de ella, y aún
así, lxs espectadorxs elijan no verla. Pero siempre está ahí. Agazapada. Las
historias que reflejan nuestro herido siglo XXI no pueden escapar, ni evitar
perpetuar, el prejuicio más antiguo, el que está más cómoda y acríticamente
instalado en nuestra sociedad y en nuestra psique. Ser consciente de este
hecho, como cinéfila, no convierte el visionado del film en una experiencia
mucho más llevadera. Más bien lo contrario, ya que cada escena de crueldad
innecesaria y de indiferencia del público son una confirmación de la enorme
sombra del pensamiento cartesiano bajo la que vivimos y de lo mucho que aún nos
queda por evolucionar.
Esta última edición del
zinemaldi no ha estado exenta de momentos protagonizados por animales gratuita,
injusta y dolorosamente especistas que, o bien nunca deberían haberse filmado,
o podrían haberse evitado al sustituirse por animales CGI. Tiarrones a caballo,
animales tirando de carretas, jaulas con pájaros, “ganado” (quién sabe en qué
condiciones) en granjas, comilonas opíparas a base de cadáveres… Son demasiados
para incluirlos todos (no quiero ni pensar en lo que habrá en las películas que me he perdido), por lo tanto, me limitaré los 3 que me han empujado, más
si cabe, al abismo de la desesperación… y la misantropía.
3- Spencer (Pablo Larraín,
2021)
Los paralelismos entre aves cazadas y enjauladas y Diana quedan patentes a la largo de todo el film, siempre con la intención de subrayar su pesadilla real, no como denuncia de una injusticia especista, of course. La película comienza con un faisán ¿muerto? en medio de una carretera por la que pasan, sin inmutarse, toda una caravana de coches. Primera pista, premonitoria a todos los niveles. Posteriormente, en la recta final del filme, la muy al borde de todos los precipicios Kristen Stewart, apenada ante la idea de que sus hijos (dos niños, no lo olvidemos) participen en una cacería de faisanes, interrumpe la matanza justo en su inicio (se ve caer, al menos, a un faisán del cielo. ¿CGI? ¿Cuántos animales habrán muerto realmente para hacer esta película?) y desafía a las balas para rescatar a sus retoños de la barbarie cruel, testosteronea y obsoleta.
Optimista, confieso
que casi me pongo a aplaudir desde el
palco del Victoria Eugenia (muy royal,
lo sé, pero con el basketball player
que tenía delante, también muy incómodo), sin embargo, la happiness duró muy poco. Pocos segundos más tarde, Diana, la
compasiva, estaba invitando a sus hijos a un banquete de comida basura cuyo
ingrediente estrella era (¡oh, sorpresa!) otra ave a la que, mercantilmente, se
llama “pollo”. Por lo tanto, está mal cazar animales que quieren vivir, cuando
no hay ninguna necesidad de hacerlo, pero es perfectamente válido condenar a
millones de aves a una vida corta y dolorosa, en la que solo son carne de
engorde super hormonada. Una vez más, ejemplo flagrante de “compasión por los
animales que no nos obligan a renunciar a nada, pero ceguera egoísta ante “los más
comestibles” para no cambiar de hábitos” (Esquizofrenia moral omnivoril en su
máxima expresión, vaya). Considerando que es una película cuyo tema principal es la opresión y la falta de libertad cimentada en la metáfora de las aves que no pueden usar sus alas, la elección del menú resulta especialmente desafortunada y dolorosa.
2- La Roya (Juan Sebastián Mesa,
2021)
Ambientada en un (precioso)
paraje natural colombiano y con la vida rural como protagonista indiscutible,
los ejemplos especistas estaban asegurados sí o sí. ¿Y qué “historias para no
dormir” vemos en esta ocasión? Gallinas desangrándose, el cadáver de un pobre
cerdo como banquete de reencuentro fin de curso, burritxs cargadxs con enormes
sacos y con tipos grandes y, lo que más me rompió el corazón: aves directamente
capturadas de la selva y condenadas en jaulas. El protagonista, imitando su
canto, atrapa aves en una jaula que luego regala a una coleccionista lugareña. Los
pájaros decoran la fachada principal de la casa, con vistas a la selva
(escalofriante escena). Por lo tanto, todas estas víctimas han sido
sentenciadas, cruel y fatalmente, a observar de por vida su hogar sin poder
regresar jamás a él. El colmo del sadismo. Confieso que yo no dejaba de pensar,
¿cómo es posible haber crecido y vivido entre aves libres toda tu vida y, a
pesar de todo, elegir sentenciarlas tan frívola, gratuita e insensiblemente? Y
es que, si esto aparece en el guión, más que probablemente, sea una práctica
habitual en ambientes rurales. Y eso, ESO,
es lo más terrorífico de todo.
1-The power of the dog (Jane Campion,
2021)
El western tradicional es,
para mí, un género antipático. Sus protagonistas suelen ser macho-men, el sexismo
y el racismo campan a sus anchas y, como no, el (ab)uso de caballos, toros y
vacas, completando el tríptico, siempre está presente. Sabía que sufriría
viendo lo último de Jane Campion, pero aún no sospechaba que acabaría
otorgándole el premio Descartes a la
película más especista de la 69 edición. ¿Por qué?
Dos
hermanos vaqueros y ganaderos. Sabemos que la presencia de animales en
cualquier entorno no natural para ellxs (no eligen ser actores, lxs humanxs,
sí), es sinónimo de maltrato y ningún otro film cuenta con más esclavos que The
power of the dog. Hagamos cuentas. En el encontramos el catálogo
completo del rancio oeste: paseos a caballo, lecciones de doma, mutilaciones
genitales (reales, estoy segura), palizas a caballos (fingidas, también estoy
segura. Pero, ¿en qué condiciones ha vivido y vive ese animal?), cadáveres de
vacas siendo desollados, conejos a los que se asesina para abrirlos en canal
con la patética excusa una lección de anatomía… El horror.
Pero
lo más doloroso es que, en la lucha de masculinidades que propone el film, es
la positiva y no la tóxica, quien decide asesinar animales fría, científica y
calculadamente, por alguna asquerosa y débil excusa. Por lo tanto, el mensaje que nos envía la
cinta de Campion es “los hombres de verdad protegen, son empáticos y compasivos con su familia humana, pero nunca
con los animales”. Si a alguien se le ocurre un mensaje más distorsionado e
incoherente en este siglo XXI, please,
let me know.
Resulta
especialmente triste y frustrante que las 3 películas de este top de la
vergüenza sean o bien dignas (La Roya) o muy buenas (Spencer,
The
Power Of The Dog), pero ninguna película, independientemente de su buena
calidad, puede justificar JAMÁS la crueldad, el abuso y la muerte de los más
vulnerables. Como espectadorxs, nuestra responsabilidad es castigar las
historias que no pasan el test antiespecista y enviar un mensaje alto y claro. De
lo contrario, la transición de animales reales a CGI se retrasará sine die. Se
lo debemos a todxs aquellxs que sufren día a día, injustificadamente, bajo la
excusa o el amplio paraguas del arte, y no tienen redes sociales.
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