Debo haberla llevado docenas
de veces. Aquella boina de angora que con tanto cariño me habían regalado mis (por
entonces adolescentes) amigas, no sólo era muy bonita, sino que parecía dotar a
quien la llevaba de cierto toque vintage
french chic.
Curiosamente, muchos años
más tarde todo parece haber cambiado y envejecido a mi alrededor, salvo la
boina. Nada parece ajarla. Lo que sí ha cambiado, es que en lugar de un puesto
de honor en mi armario, ahora permanece en un oscuro rincón, ese que se designa
a las prendas viejunas y/o que nos provocan cierta vergüenza.
Confesión: sólo el hecho de
que fuera un regalo de gente muy querida me ha impedido tirarla. Ni siquiera necesité
hacerme vegana para repudiar su material. Pero si hubiera sabido entonces lo
que ahora sé, la habría confinado al rincón de la vergüenza mucho tiempo antes.
La industria angoril nos
vendía que la angora era un producto que se obtenía de forma pacífica e indolora
en China, país que sigue siendo el principal exportador de este preciado material
(el 90% de su producción, aproximadamente). Creíamos o queríamos creer, que a
estos apacibles conejos, básicamente se les cortaba el largo y sedoso pelo una vez que
hubiera llegado a la longitud adecuada (más o menos como ocurre con los humanos).
Sin embargo, la verdad es bastante menos pacífica y, definitivamente, nada
indolora.
Videos de activistas
encubiertos en granjas “angoriles” han demostrado finalmente lo que las grandes
cadenas de ropa ya sabían y, probablemente, no les importaba en exceso. A los
conejos no se les corta el pelo: se les arranca violentamente a manotazos
mientras los pobres animales, presas de un dolor espantoso, perforan los oídos de
todo ser que se encuentre a su alrededor.
Esta práctica despreciable
se repite cada 3 meses, periodo en el que, aproximadamente, el pelo les vuelve a
crecer. Cuando, tras la rapada brutal, los llevan de nuevo a sus jaulas, muchos
de estos pobres animalillos, con su desnuda y delicada piel rosa dolorida y cubierta
de heridas, entran en estado de shock severo. Y la tortura continúa durante sus largos y penosos 2-5 años de vida.
En otras fábricas, sin
embargo, en lugar de arrancarles el pelo a manotazos, se les esquila o afeita (practica menos común por resultar "menos rentable").
Puede parecer el colmo de la sensibilidad, habida cuenta del método anterior,
pero sería muy iluso e hipócrita por nuestra parte pensar que los conejos afeitados
no sufren o que lo hacen en mucha menor medida. Mientras se les realiza esta
práctica, sus patas traseras y delanteras son atadas (una experiencia que les
provoca auténtico pavor), e
inevitablemente, acaban heridos por las cuchillas durante sus desesperada lucha
por escaparse.
Si además de todos los espeluznantes
datos anteriores, tenemos en cuenta que casi todas estas prácticas crueles son
llevadas diariamente a cabo en suelo chino, país donde no existen sanciones por
el maltrato animal en las granjas ni normas que regulen el trato hacia los
animales, la cantidad de infracciones y abusos que pueden cometerse sobre tan
tierno y vulnerable animal marea y aterra.
Como respuesta, famosas cadenas
de ropa como H&M o C&A han prohibido temporalmente la producción de
angora hasta asegurarse de que esta es producida de forma ética (¿ah, pero es
que eso existe?), mientras que Stella McCartney, por su parte, ya ha anunciado que jamás volverá a fabricar ropa de este material. Posteriormente y con algo menos de contundencia, se le han sumado, Marks &
Spencer, Calvin Klein o Topshop (que dicen haber paralizado toda compra y
producción de prendas). La española Inditex también (por presión popular, aunque con la boca pequeña). Un
intento por limpiar su imagen que, al menos, les honra en parte al compararlos
con otras compañías que ni siquiera se han pronunciado ni han tomado medias al
respecto (no hace falta dar nombres, ¿verdad).
Y es que el mundo no parece
haberse inmutado demasiado al respecto. La noticia no ha aparecido en las big
news y las it girls y las bloggers de
moda la siguen luciendo sin vergüenza, responsabilidad o escrúpulo
(“ande yo sexy y mona, que le den al
conejo de angora” parecen decir).
Yo, por mi parte, siento un
escalofrío paralizante y una enorme tristeza cada vez que miro la etiqueta de
una prenda y encuentro tan despreciable y sangriento material. Desgraciadamente,
me siento terriblemente sola en mi impotencia e indignación. La angora,
especialmente en invierno, sigue siendo un must
y lo único que parece frenar a la gran mayoría de las compradoras, más o menos compulsivas, es el precio.
En nombre de todos los Bugs Bunnies angoriles
del mundo, si tienes en tu casa una prenda de angora y/o planeas comprarte algo de este material, please, recuerda esta información y repítele alto y claro un “¡esto es todo, amigos!” a
esta cruel e injustificable industria.
Para l@s más escéptic@s:
video espeluznante y noticia completa en http://www.petalatino.com/features/investigacion-clandestina-expone-cruel-industria-angora/
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