“Cuídame como a tu perro
es lo que soy” canta
Diego de Carolina Durante en “El perro de tu
señorío”, uno de los temas de su primer disco. La canción es una súplica
desesperada y servil de un hombre por formar parte de la vida de la persona de
la que está enamorado. Le pide que lo trate como a un objeto porque es lo que
es, se ofrece a adelgazar y a ser llevado a todas partes, se conforma con ser
mirado, no con amor, sino con la pena con la que se miran los desastres por la
tele y asume que le abandonarán en la perrera de cualquier provincia cuando se
cansen de él. Por si alguien no lo sabe, está canción no pertenece la década de
los 80, sino que ha sido escrita por millennials hace, aproximadamente, un año.
La
generación adulta más joven con la que convivimos, a pesar de la lenta pero
progresiva lucha antiespecista y la creciente empatía hacia las especies no
humanas, sigue teniendo introyectado aquello de que “Lx trató como a un perro”,
oséase, muy mal, resulte lo habitual y aceptable. Al parecer, las relaciones
humano-perrunas, en el inconsciente colectivo, se siguen viendo de una forma
especista, jeraquizada y asimétrica en extremo. El perro o perra es un ser
sumisx, obediente y solicitx, un/a esclavx dispuestx a dejarse, incluso, maltratar a cambio de unas migajas de cariño, mientras que el/la humanx, o "ama" o "amo" de la criatura, puede disponer del animal como le plazca,
anteponiendo siempre sus deseos y necesidades, bien sean afectivas, lúdicas,
cazadoriles, de ayuda, transporte, etc, sin tener en cuenta las del propio animal
(y ni mucho menos considerándolo como una persona no humana con la libertad y
derecho de vivir su vida “perrunamente”).
Y
si esto, en pleno siglo XXI, es lo que pensamos del “mejor amigo del hombre”,
del animal que más empatía y admiración genera en nuestra especie, ¿qué le
haríamos si no fuera nuestro mejor amigx? (¿quién trata de esa forma a sus amigxs?).
Y, lo que es aún más terrorífico, si esta es nuestra valoración del animal más
respetado y querido del planeta, ¿cómo veremos al resto?
El
precio que ha pagado un ser tan profundamente gregario y social como el can, al
dejarse “domesticar” por la raza humana y necesitarnos, tristemente, para su
supervivencia, ha sido el egoísmo, la crueldad e la ingratitud humanas. Disponemos
de múltiples y asquerosas maneras de su confiada especie, desde su uso como
peluche, cobaya de laboratorios, terapeuta (infantil/ancianos/autismo), hasta
cuerpo de rescates, lazarillo las 24 horas y delicatessen asiática. A
muchas personas se les llena la boca hablando de la nobleza y fidelidad
perrunas, pero posteriormente no dudan en castigar o propinar un golpe/paliza a
su mejor amigo si un día mancha la alfombra o, simplemente, no obedece cómo y
cuándo ellxs quieren. A estos pobres animales no les basta con mostrar un
servilismo extremo, sino que, para colmo, tienen que adorar a sus mal llamadxs
“dueñxs” y hacerlxs sentir como auténticxs emperadores egipcios (Señores y
señoras, no busquen canes para compensar su complejo de inferioridad. Vayan a
un/a psicólogx, directamente).
Y
si, por supuesto, hay humanxs que lxs quieren y cuidan mucho y bien,
considerándolxs compañerxs vitales y/o parte de su familia y existen, incluso,
quienes se desviven y se sacrifican por ellxs en ONGs, santuarios, asociaciones
y refugios. Sin embargo, por la calle, en las cafeterías o en los cines, aquí y
ahora, la gente, a menudo muy joven, sigue utilizando la frase “le trataron como a un perro”, expresión
terrible que normaliza el maltrato hacia estos animales, porque refleja que hay
una manera correcta de tratar a unxs y a otrxs, pero que lo que es aceptable
para un/a perrx, es censurable para un/a humanx (oséase, cuando la base es la
dominación, la crueldad, el desprecio y la asimetría).
Según
la teoría del lenguaje de Sapir-Whorf, el uso del lenguaje en el ser humano, no
se limita a expresar nuestros contenidos mentales, sino que tiene un papel de
gran relevancia a la hora de configurar nuestra forma de pensar e incluso
nuestra percepción de la realidad, determinando o influyendo en nuestra visión
del mundo.
La
propia UNESCO recoge la siguiente definición: “El lenguaje no es una creación arbitraria de la mente humana, sino un producto social e
histórico que influye en nuestra percepción de la realidad. Al transmitir
socialmente al ser humano las experiencias acumuladas de generaciones anteriores,
el lenguaje condiciona nuestro pensamiento y determina nuestra visión del
mundo”.
El
lenguaje es el reflejo de una sociedad, una época y una cultura. Y a la vez, es
un vehículo que sirve para perpetuar y normalizar comportamientos
históricamente aceptados, pero que hoy, son, o comienzan a ser, moralmente
inaceptables. Por otra parte, la mayoría de los modismos o frases hechas, se
basan en prejuicios que son reflejo de la enorme ignorancia de épocas pasadas.
Si
queremos construir una sociedad justa, empática y progresista, en la que
nuestrxs compañerxs de planeta sean vistxs como seres sintientes con derechos,
en lugar de como esclavxs u objetos con necesidades fisiológicas, ahora más que
nunca, hay expresiones y palabras que deberíamos desterrar urgentemente de
nuestro vocabulario. El idioma español, como el resto de los idiomas del mundo,
está intoxicado por expresiones especistas, el tipo “ser sucio como un cerdo”, “ser un burro”, “ser un rata”, “matar dos
pájaros de un tiro”, “ser una zorra/perra”, “ser un buitre”, “ser un gallina”, “ser
lobo con piel de cordero”, “ser una vaca/foca”, “a todo cerdo le llega su San
Martín”, “muerto el perro se acabó la rabia”, “por la boca muere el pez”…
la lista es larga y dolorosa. A menudo las repetimos sin analizar siquiera la
escena abusiva y violenta que evocan. Y de esta forma nos insensibilizamos y
nos habituamos a una realidad que normalmente generaría rechazo.
Incluso
se tiende a utilizar la palabra “animal” peyorativamente para definir a alguien
brutx, violentx e irreflexivx. De esta manera seguimos intentando negar nuestra
propia animalidad, manteniendo esa enorme brecha que nos separa a lxs humanxs
de los demás animales. Y este alejamiento tiene una función clarísima:
establecer al ser humano como una especie superior y así justificar su (ab)uso y
su maltrato.
Como
seres humanos, tenemos la capacidad empática, el conocimiento y los medios para
tratar a lxs perrxs y, por extensión, al resto de los animales, con el respeto
y empatía que merecen. Y, del mismo modo, como especie con mayor
responsabilidad sobre este planeta o “hermanxs mayores”, también poseemos la obligación moral de cuidarlxs,
protegerlxs y mejorar sus vidas. Hagámoslo. Cambiemos el lenguaje y, por
extensión, nuestros estúpidos introyectos especistas. O, como mínimo, démosles
la vuelta. Consigamos que tratar “como a
un perro”, en lugar de algo cruel y peyorativo, sea sinónimo de cuidar,
mimar y adorar. Se lo debemos.
No comments:
Post a Comment