Aloha!
Te escribo a finales de 2020,
en plena pandemia de Covid-19. Hasta la fecha, ha sido, con diferencia, el
peor año de tu vida, a pesar de que la competencia con los años anteriores
(especialmente el 2017), ha sido brutal. Me gustaría pensar que lo recuerdas
como un mal sueño y que desde entonces han pasado cosas buenas y esperanzadoras
para todxs, pero mi intuición me dicta que este principio de década solo ha
sido el gran punto de inflexión, aquel en el que comienza a cumplirse la “profecía
autocumplida” de tu nombre: el principio del fin.
A menudo siento una mezcla de envidia y lástima cuando leo y escucho los planes a largo plazo de la gente. Están convencidxs de que en los próximos 10 años, por ejemplo, podrán seguir comiendo exactamente lo mismo y viviendo, viajando y consumiendo de la misma irreflexiva e irresponsable forma. No puedo evitar pensar que o bien todas esas personas tienen un (elitista) planeta B reservado para cuando llegue el colapso, o bien desconocen, consciente o inconscientemente, la magnitud y gravedad de un problema que, irremisiblemente, ya nos está destrozando.
Cuando somos muy jóvenes
pensamos, ingenuamente, que lo peor que nos puede suceder es envejecer. ¿Acaso
hay algo más devastador y doloroso que la pérdida paulatina de todo lo que
somos y de los seres que más amamos? Sin embargo, en este convulso y
terrorífico momento de la historia, a diferencia de todas las generaciones
anteriores, sabemos que la respuesta a esa pregunta es afirmativa. Sí, hay algo
peor que la pérdida de salud, esperanza, ilusiones, facultades, vínculos,
oportunidades y seres queridos: que todo lo anterior ocurra en un planeta
colapsado y devastado, mientras todo lo construido en 2000 años de civilización
se derrumba.
No puedo ni comenzar a
imaginar el infierno apocalíptico que supone ser testigo impotente de todo eso.
Es, literalmente, tu peor pesadilla. Todas las causas que apoyas, esas por las
que tú, y otrxs antes (y mejor) que tú, habéis batallado durante décadas (el
antiespecismo, el feminismo, el antifascismo, el antirracismo, los derechos
LGTBI, la eterna lucha contra la injusticia y opresión, en suma), no solo
sufrirán una involución, sino que serán progresivamente aniquiladas por la
guerra más acuciante, brutal y letal de todas: la supervivencia.
Hay tantas preguntas que me gustaría hacerte, pero que, al mismo tiempo, me aterran. ¿Hemos superado ya los 2 grados respecto al periodo preindustrial? ¿Cuándo se supo, con certeza, que habíamos alcanzado el punto de no retorno? ¿Cuántas guerras por recursos básicos han estallado? ¿qué zonas del planeta son aptas para la vida? ¿cuántas hambrunas y pandemias han sacudido ya el mundo? ¿es irreversible la progresiva muerte de los árboles? ¿cuántas especies han sobrevivido? ¿en qué año murió el Amazonas y el resto de paraísos naturales, básicos para la buena salud y supervivencia de la vida?
Ignoro si se han cumplido los peores pronósticos o solo los relativamente malos, pero no me cabe ninguna duda de que en 2035 la vida será infinitamente peor y extremadamente dura para todxs.
Tal vez te enfades conmigo
al leer estas palabras y me envíes un tortazo retroactivo por no estar
disfrutando de las cosas positivas que aún quedan en el mundo, a principios de
la tercera década del siglo. Tú, desgraciadamente, ya no tienes ese lujo (de
hecho, puede que no tengas ningún lujo). Probablemente, hayan desaparecido
cosas que ahora damos por supuestas, como viajar o ir al cine. Seguro que ya no
puedes cantar, escribir, ver películas, leer, pasear junto al mar, o perder el
tiempo intentando absorber idiomas. Es posible que tengas que alimentarte de lo
que se pueda y malvivir precariamente en algún punto del planeta en el que aún
sea posible habitar (Deduzco que la vida en la península ibérica, siendo uno de
los puntos más afectados por el colapso climático, será bastante complicada.
Incluso en un norte que, siendo optimistas, por esas fechas ya tendrá un clima
subsahariano).
Aquí y ahora, como ya sabes,
nadie quiere asumir responsabilidades, ni cambiar de hábitos. Siempre recuerdo
la metáfora de un periodista que aseguraba que la humanidad es como un coche que
se acerca, cada vez a mayor velocidad, a un muro o un precipicio. El conductor
es el sistema capitalista, diseñado para apretar el acelerador en cualquier
circunstancia, incluso a pesar del riesgo de suicidio. El copiloto son los
lobbies que lo alimentan, como los combustibles fósiles y la ganadería,
mientras que en los asientos de atrás, formales y calladitxs, van los serviles,
desinformadores y cómplices de ecocidio medios de comunicación, junto a lxs líderes
mundiales o las personas que nos gobiernan (y que, supuestamente, toman las
decisiones). Ese coche sin control tiene un remolque totalmente blindado en el
que viajamos todxs lxs demás: los seres humanos y todxs lxs habitantes de este
planeta. La buena noticia es que el cristal de ese remolque es cada día menos opaco
y, poco a poco, aumenta el número de personas que pueden asomarse y ver el apocalíptico
destino al que nos dirigimos. La mala es aún no son suficientes para amotinarse
y tomar el control del vehículo.
A pesar de estar casi en
2021, tras dos brotes importantes, no hemos aprendido absolutamente nada del Covid-19.
El mundo se empeña, ciega y estúpidamente, en combatir los síntomas de esta
pandemia (de origen zoonótico, como todas las epidemias y el 70% de las nuevas
enfermedades que han surgido en las últimas décadas) con vacunas, en lugar de
eliminar radicalmente las causas: el consumo de (sub)productos animales y el
capitalismo voraz. La mayoría de lxs activistas climáticos, empecinadxs en la
eliminación de los combustibles fósiles, se niegan a asumir la relación entre
cambio climático y ganadería (este lobby contamina ya más que todos los
transportes del mundo juntos). No habrá esperanza, ni vida digna sin veganismo.
Incluso eliminando hoy mismo, drásticamente, el uso de todos los combustibles
contaminantes, no sería suficiente. El camino hacia un mundo habitable pasa por
nuestros platos (según lxs expertxs, nada impacta más favorablemente en la
salud del planeta que un viraje al veganismo), pero pocxs quieren renunciar al
jamón. Nuestros hábitos alimenticios y el desprecio hacia el resto de los
habitantes del mundo, aquí y ahora, nos están matando: en forma de pandemias
(de origen animal, insisto), eliminando barreras de protección naturales, como
selvas y bosques, provocándonos enfermedades cardíacas, hipertensión,
colesterol desbocado, algunos tipos de cáncer, etc. Consumir productos animales
no es solo asesinato, sino, directamente, un suicidio.
Por todo lo anterior, me
resulta imposible no verme abducida por el pánico, la incertidumbre, el rencor
y la ira. La eco-ansiedad me ha tomado por el cuello y, básicamente, no me deja
vivir. Cada vez que intento mostrar el paisaje desde el remolque a las personas
que me rodean, reaccionan, bien con ira, acusándome de negativismo y crudeza
“por amargarles el día”, bien refugiándose en la ceguera o el autoengaño,
metiendo la cabeza bajo la arena de su responsabilidad individual, negándose a
cambiar o exigir responsabilidades (la extinction rebellion seguimos
componiéndola, a escala global, cuatro gatxs).
La inacción suicida de las
personas que conozco actúa como un potente elemento alienante. Cada vez me
siento más sola, frustrada, enfadada e impotente, incapaz de relacionarme con
esas personas desde un lugar que no sea el rencor. Seguro que lo recuerdas a la
perfección. Al fin y al cabo, no sólo peligran los seres que defiendes e intentas
liberar o la vida como la conoces, sino tu propia existencia. En una suerte de
“conspiración suicida”, alimentada por lxs ecocidas para seguir contaminando
impunemente, la gente no quiere asumir que nadie va a salvarnos. El sistema no
se va a destruir él solo. Los lobbies criminales seguirán empujándonos al
suicidio, lxs líderes mundiales harán todo lo posible por mantener el statu quo
y los medios de comunicación continuarán sin hacer su trabajo, parapetados tras
su asquerosa campaña de desinformación. La única esperanza que tenemos, aquí y
ahora, es la rebelión de los ocupantes del remolque, pero estamos fallando
estrepitosamente. Faltan demasiadas “Gretas”. Y es que (casi) todo el mundo
quiere Gretas en el frente, pero nadie quiere serlo.
Sin embargo, aunque el
panorama, en 2020, sea terrorífico y desolador, el tuyo debe ser mil veces peor.
Si a mí me resulta muy difícil reunir fuerzas para levantarme cada mañana,
sola, aislada, en plena pandemia, lejos de todo y de todxs, sufriendo por la
inacción de lxs responsables del inminente desastre, no me quiero ni imaginar
cómo debes vivir tú. Ya no eres joven y posiblemente las malas condiciones de
vida y la mayor exposición a enfermedades, hayan acelerado tu envejecimiento.
Bien pensado, tal vez ni siquiera sigas aquí. Hay demasiadas cosas en tu contra
durante el apocalipsis climático: alguna pandemia (letal), la contaminación, la
resistencia a los antibióticos, la aparición de nuevas enfermedades, la
hambruna, etc. Es curioso. Abuela murió con 95 años. Ama con 73. Nosotras,
posiblemente, muramos mucho antes. La involución tiene un sentido del humor
bastante macabro.
Me gustaría pensar que, si
sobrevives, no estarás abducida por el pánico, ni te habrás convertido en una
máquina de odio y rencor hacia la humanidad (lo único bueno que se me ocurre es
que, por esas fechas, nadie acusará a los activistas medioambientales de
catastrofistas, ni se burlará del veganismo). Me gustaría que, para entonces,
ya hubieras desarrollado “un padre y madre internos” poderosxs (cosa que yo no
he conseguido en todos mis años de vida) que te cuiden y protejan. Pero, si se
cumplen las peores expectativas, vivirás desgarrada, sobrepasada por el brutal
desgaste del David vs Goliat. Hasta ahora has sido fuerte (no te ha quedado más
remedio), pero la vida te ha puesto demasiados obstáculos, demasiada soledad y
demasiadas tragedias. No tienes la ventaja del colchón emocional del que
disfrutan la mayoría. Todxs tenemos un límite y es más que probable que tú ya
lo hayas sobrepasado.
Espero que en estos 15 años
consigas arrancar, aunque sea breve y subrepticiamente, algún momento de
consuelo y felicidad. Espero que encuentres personas nutritivas, inspiradoras, creativas,
empáticas y comprometidas que te apoyen y te acompañen donde necesites. Espero
que ames y que te amen, en cualquiera de sus formas (el amor romántico, en tu
caso, es una utopía). Espero que la amargura, la desesperanza, la ira, el dolor
y el pánico no te arranquen todo lo bueno que has construido, tu humanidad o tu
esencia (En 2020 estabas empezando a ser consciente de la fuerza de tu voz. No
lo olvides. No lo pierdas). Por mi parte, espero aprender a quererte y mimarte como no lo he
hecho hasta la fecha (maltratándote con pensamientos tóxicos, autosaboteos,
sufrimientos, rumias, autoaislamiento, exigencias, autoindulgencia, negación sistemática
de tus rasgos positivos, etc).
Confieso que te escribo todo
esto desde el patético 0,01 % de esperanza que me queda. Confiando en que estés
relativamente bien y que nada terrible e irreversible haya ocurrido, ni en el
mundo, ni en tu vida. Aferrándome, estúpidamente, a la ilusión de que mis
palabras sean como el contra-hechizo que bloquee la maldición de un/a magx o
brujx.
Nunca olvides a Viktor
Frankl y su resiliencia. Recuerda. Pase lo que pase, tengas la edad que tengas:
Eres valiosa. Eres única. Eres fuerte. Eres creatividad, talento, voz y corazón.
Tienes mucho que decir y caminar. ¡Por favor, lucha! No permitas que te
arranquen todo eso, ni siquiera con el repique de las últimas campanas.
No te quiere lo suficiente,
pero lo intenta,
Amaia.
***
Lectura imprescindible: La
pandemia, la crisis climática y los animales: liberación total para evitar la
extinción
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