En
Mutriku, Gipuzkoa, un lugar de gran belleza natural, hay una granja de visones
(se calcula que puede haber unos 40.000). A los vecinos de sus inmediaciones,
sin embargo, no les molesta esta frívola aberración, esta crueldad espantosa e
injustificable, este barbarismo, sino el hecho de que la granja y sus toneladas
de excrementos, generan, además de un intenso "Eau de Merde", unas
plagas insoportables de moscas, mosquitos y cucarachas que les obligan a vivir
en la más absoluta reclusión sin poder abrir puertas y ventanas.
En
vista del absoluto pasotismo e inacción de los responsables de la granja, los
vecinos piden públicamente una fosa séptica subterránea donde destinar la
porquería y evitar, de este modo, la llegada de sus molestos inquilinos. No
piden que cierren un Auswitch que lleva abierto 27 largos y espantosos años, en
los que se ha encarcelado, maltratado, torturado y arrancado a tiras la piel a
miles de animales. Lo único que quieren es que los engorrosos brazos de la
crueldad y la muerte de otros les alcancen lo menos posible.
Llegados
a este punto, una referencia bíblica sería demasiado obvia y facilona. Sin
embargo, los vecinos de Mutriku que no se indignan, enrabietan o entristecen
ante la existencia de esta granja y sus consecuencias, se merecen esta plaga.
De hecho, todos los que han optado por cerrar cobardemente los ojos ante
realidades de este tipo se la merecen. Y es que pocas cosas hacen más daño que
las granjas de animales. No sólo a los animales no humanos, cuyo padecimiento
físico y psicológico desafiaría cualquier ranking de dolor conocido, sino
porque los efectos ambientales de las granjas de cría intensiva nos afectan
negativamente a todos.
Los
toneladas de desechos que generan combinadas con los tóxicos efectos de los
fertilizantes, contaminan el suelo, envenenan las fuentes de agua potable y los ecosistemas acuáticos
y dañan gravemente el aire (existen varios gases, como el amonio, que se forman
a partir de los desechos de los animales) causando graves problemas
respiratorios y trastornos cardíacos, además de contribuir, en buena parte a la
lluvia de ácido nítrico y al devastador efecto invernadero (de hecho está
comprobado que la ganadería contamina más que todos los transportes del mundo
juntos).
Si, como los vecinos de Mutriku, vivir asediados por la peste y los insectos no es motivo suficiente para asumir de una vez por todas nuestra eco-responsabilidad, ¿cuántas más molestias tendremos que sufrir, como especie, para abrir nuestros antropocentristas ojos?
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