Hoy he escuchado los maullidos lastimeros de un/a gat@ cuando volvía de hacer la compra.
Me paré en seco en la plaza y comencé a mirar bajo los coches, uno a uno, hasta
que... eureka! Comencé a hacer el estúpido siseo con el que l@s human@s atraemos a l@s
gat@s, mientras la gente, al pasar, me miraba de forma extraña, con actitudes
que iban de la vergüenza a la pena, pasando por la incomodidad. Podía verme
reflejada en sus ojos. Para ell@s no era más que otra crazy cat lady
complicándose la vida. Nadie me preguntó qué pasaba o si necesitaba ayuda. El animalito, por otra parte, no parecía querer conocerme o salir de debajo del auto. Pasaban los minutos y ni se movía ni cesaba de maullar
Finalmente
Ms Cat se asomó, justo debajo del maletero, y, para mi sorpresa, no se trataba de un/a cachorr@ llamando desesperadamente a su madre (O bien estaba
herid@, abandonad@ o se moría de hambre).
Era un animalillo de 5 o 6 meses y tenía un antifaz negro sobre su cara blanca.
Decidí llamarlo Batman e hice lo único que podía hacer sola y sin móvil en esas
circunstancias: ir a casa a por algo de comida para atraerlo y, conseguir, si
no rescatarlo (no tengo jaula trampa, lo cual lo complica todo mucho en caso de
tratarse de un/a callejer@), al menos, alimentarl@, sacarle alguna foto para
ver si alguien l@ reconoce, pedir ayuda.
Volví
a la “Batman zone” con una lata de sardinas pestilentes en mano (lo único
omnívoro que mi tía, en ese momento, tenía por casa), saltándome mis principios
de no alimentar a un animal con la carne o subproductos de otro a menos que
fuera absolutamente inevitable (si, el pienso vegano y multriproteínico existe, aunque no se encuentra, precisamente, en el super de al lado), sin embargo,
Batman ya no estaba. Busqué, rebusqué, agucé mi oído y esperé, pero ya no había
rastro del “gato-murciélago”. Tal vez estuviera esperando a que cayera la noche
para salir de su escondrijo y salvar al mundo. Tal vez, simplemente, se
reencontrara con la persona no humana a la que estaba llamando. No lo sé (no
consigo quitármelo de la cabeza). Volveré y reagudizaré mis torpes sentidos de
muggle. Pero tampoco sé ni comprendo por qué, a día de hoy, aún debo excusarme
o justificarme por llevar a cabo un acto de solidaridad. Por qué, en nuestra
sociedad, ser compasiv@ hacia seres no humanos sigue siendo un síntoma de
debilidad o flaqueza del que haya que avergonzarse. No lo acepto. Nunca lo he
aceptado. Mi compasión es uno de mis tesoros más valiosos. Desde siempre. Mi
compasión es mi fuerza. Ojalá fuera la fuerza de tod@s.
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