Si
un no omnívoro tuviera que meter una moneda de un euro en una jarra cada vez
que escucha esta frase, en menos de cinco años podría comprarse un super televisor
de plasma, un coche, o un piso en el centro de Donosti, dependiendo de la frecuencia
e intensidad de su vida social.
Y
es que te la dicen tus amigos, tus familiares, tus conocidos (casi siempre sin
pensar y casi nunca con maldad o “recochineo mayoritario”), cada vez que se oferta
u ofrece algo comestible que contenga carne o algún subproducto animal. Y tú
les miras indignada y seriamente, consciente de que, inconscientemente (valga
la redundancia), te están llamando “discapacitada nutricional” sin siquiera
darse cuenta.
“No es que no pueda, es
que no quiero”,
contestas. Entonces llega, esa odiosa mirada de condescendencia infinita, esa
que se le echa a un niño de 7 años por presumir de adultez al haber sido
proclamado el más alto de su clase. Y tú sabes que, por mucho que te esfuerces
en explicarlo, no entienden el matiz, ya que están más focalizados en lo que pierdes
que en lo que ganas. Desde su punto de vista gastronómico, tú dieta representa
una serie continua de pérdidas y sacrificios a los que ellos no tienen que
enfrentarse.
Y
nunca les sugieres, aunque te gustaría, que imaginen que el animal (o
subproducto animal) más repugnante del mundo, marinadito en su salsa, es el
plato estrella en algún banquete (local o extranjero) al que tienen la mala
suerte de acudir. ¿Qué contestarían si alguien les ofreciera ese “manjar” que
parece sacado de Indiana Jones y el templo maldito: ¿no quiero o no puedo? Pues
exactamente eso sentimos los veganos y vegetarianos: hay ingredientes y platos
que, para nosotros, hace tiempo que ya no son un alimento.
*
No comments:
Post a Comment