Sorpresa.
Espanto. Terror. Esas son las palabras que mejor definen el shock que
experimenté al descubrir mi huella ecológica. De hecho, una parte de mí aún se
niega a creer que una persona vegana, concienciadísima con los problemas medioambientales,
que no malgasta una sola gota de agua y que recicla todo lo reciclable, necesitaría,
según su estilo de vida y hábitos de consumo, 1’51 planetas para vivir. Y es
que resulta escalofriante saber que un@ mism@, a pesar de sus esfuerzos, está
viviendo por encima de sus eco-posibilidades (si todos vivieran como yo,
necesitaríamos más de un planeta y medio). ¿Qué estoy haciendo mal?
Puede
que, en ocasiones, los veganos nos relajemos y confiemos en el hecho de que
nuestra dieta sea un agente compensador lo suficientemente potente como para
equilibrar otras cosillas que no hacemos tan bien. Al fin y al cabo, el sector
ganadero genera más gases de efecto invernadero que ningún otro (un 18% más de
CO2 que el sector del transporte). Y también es una de las principales causas
del calentamiento del planeta, la degradación de las tierras, la contaminación
atmosférica y del agua, y la pérdida de biodiversidad.
Para
calcular nuestra huella ecológica hay que tener en cuenta nuestra huella de
carbono. Para ello necesitamos tener en cuenta el país en el que vivimos, el
clima de la zona, el tamaño de nuestra casa y la cantidad de personas con las
que convivimos. Luego hay que valorar el tipo de fuentes de energía utilizadas,
el número de kilómetros que viajamos al año y el tipo de transporte utilizado.
Solemos
confiar en que reciclar y ahorrar agua y electricidad es la base de la
eco-eficiencia, pero la mayoría de nuestros gestos resultan de lo más insuficientes. Nuestra
huella de carbono la definen los dispositivos de ahorro energético de los que
disponemos (bombillas y electrodomésticos de bajo consumo, sistemas de ahorro
de agua, aislantes térmicos y demás) y nuestros hábitos (mantener el termostato
bajo en invierno, apagar las luces y ordenadores cuando no se usan, desenchufar
aparatos que no se necesiten, secar la ropa al aire libre, etc).
La
huella de alimentos, por otra parte, se define por nuestro tipo de alimentación (carnívora,
omnívora, vegetariana o vegana), los comercios donde se adquieres (no es lo
mismo un hiper que una tienda pequeña o mercado en la que los productos son
locales) y la cantidad de comida que ingerimos diariamente.
También
se valora la huella de alojamiento. Hay grandes diferencias entre vivir en una
casita en el campo y hacerlo en un enorme bloque de apartamentos, lógicamente,
pero la cosa no queda solo ahí. ¿Nuestra casa o alguna parte de la misma ha
sido construida con materiales reciclados, madera con certificación de origen
de un cultivo sostenible o cualquier otra característica de diseño ecológico?
¿Aproximadamente, qué porcentaje
del mobiliario de nuestro hogar es de segunda mano o fabricado con materiales
reciclados o bien producidos de forma sostenible? ¿con que frecuencia
utilizamos materiales de limpieza biodegradables o no tóxicos? ¿qué
dispositivos concretos para ahorrar agua tenemos instalados? No sé vosotros,
pero, en mi caso, viviendo en una casa “viejuna” en la que "yo no pongo las reglas" y los electrodomésticos duran décadas, suspendo en todas estas cuestiones.
En
la huella de bienes y servicios, en cambio, saco buena nota. Algo bueno tiene
que tener el hábito de estar continuamente apretándose el cinturón: consumes lo
justo y necesario. No compro ningún aparato hasta que se estropea (mi móvil de
hace 7 años y mi difunto ordenador de 12 lo atestiguan), lo reciclo todito todo
y compro productos reciclados/naturales/orgánicos siempre que puedo.
Esto
es todo lo que tiene en cuenta este mejorable test (hay muchos, pero
todos cojean de algo, y este es uno de los más completos que he encontrado). Sin
embargo, lo más dramático de todo ha sido descubrir que estoy muy por debajo
de la media nacional en todos los niveles. ¡Casi todo el mundo tiene una huella
mayor! Más sorpresa, más espanto, más terror. Son este tipo de noticias las que me hacen
tener pesadillas por las noches. Desgraciadamente, todos los países pudientes del mundo,
sin excepción, por muy ecologistas que se vendan, tienen un promedio de entre 5 y 2
tierras por habitante. Ahí es nada.
Lo
admito sin pudor: conocer este dato me ha traumatizado. Ya no puedo comprarme
unos pantalones (un gasto de más de 60 € en ropa al mes es super anti-ecológico,
fashionistas del mundo), aplicarme una mascarilla o hacer un viaje en coche (con
un amigo, porque no tengo ni coche) sin sentir un escalofrío. No dejo de pensar en formas de reducir la dichosa huella, pero tengo la impresión de que mis esfuerzos y compromiso no serán suficientes y seguiré viviendo por encima de las posibilidades del planeta. Me cuesta ser optimista. ¿Estaré
a tiempo de cambiar completamente mis hábitos?¿lo estaremos todos?
¿Te
atreves a calcular tu propio impacto y/o a hacer algo para reducirlo?
Dos cosas:
ReplyDeletePrimero, perdona por no contestar a los comments de mi blog. No me entero de nada, no me avisa, y encima voy fatal de tiempo! Escribo poco (casi nada! hoy he colgado algo después de mil años!)
Segundo: La mejor huella ecológica es la que no habrá existido. Dentro de 5 o 10 mil años nos habremos extinguido, y en pronto la tierra nos borrarà de su recuerdo gràcias al clima y el tiempo. Somos basura, desde nuestro inicio.
Saludos!
Enric
PD: te leo de vez en cuando!