Sunday, March 24, 2013

Falsa piel falsa





Si te encuentras en una tienda de ropa con un individuo que considera más minuciosamente la etiqueta de los componentes de la prenda que tiene en las manos que el precio, no lo dudes: es vegan@.
Cuando se adopta esta filosofía y estilo de vida, “bueno, bonito y barato” se convierte en un lema caduco, un sine qua non lejano y bochornoso, parecido al que tenían que sufrir nuestros padres o abuelos cuando iban al cine y tenían que pasar por el Nodo. 
 
Antes de peregrinar al probador, presa del entusiasmo narcisil y consumista, hay que comprobar que la ganga en cuestión no contenga tejidos sádicos como plumas, lana, cachemir, mohair, seda, angora, pelo de camélidos, pelo de bóvidos, y, por descontado, cualquier tipo de cuero o piel, sea del animal que sea.
Esto que puede parecer un engorro o una odisea, en el fondo, no lo es tanto. Sólo se complica ligeramente en invierno, si la frívola moda se encarga de poner de ídem algunos de estos productos, o si nos sigue martirizando con el tejido-lija por excelencia: la lana, en casi cualquier abrigo o jersey.
 
 
 

El pasado otoño me compré, por primera vez en mi vida, un chaquetón de piel falsa (sí, el de esta foto) en un establecimiento de la gran compañía que, teóricamente, lidera el mercado de eco thinking (incluso PETA le ha dado algún que otro premio). Lo hice porque la supuesta faux fur no me recordaba a ninguna otra (si fuera imitación de visón o cualquier otra piel clásica, por ejemplo, jamás lo adquiriría, simplemente, por el mal rollo que me da) y porque, más que piel falsa, me daba la impresión de llevar un chaquetón de peluche (o de teleñeco), así que lo apodé, en un arranque de originalidad, como peludo.
Desde hace un par de semanas, sin embargo, soy incapaz de mirar a peludo con los mismos ojos. La culpa la tienen una serie de artículos de varias publicaciones animalistas en los que se asegura que, en muchas más ocasiones de las que pensamos, se nos vende piel auténtica en lugar de falsa. ¡Eso no puede ser, el precio cantaría! estaréis pensando. Pero no, no se refieren a la chinchilla, el zorro, el astracán y más inocentes víctimas famosas del negocio más sádico y estúpido del mundo, sino a los más domésticos gatos y perros (o séase, que  nos dan, literalmente, gato por liebre).
 
¿Quién podría cometer semejante atrocidad? China con la complicidad de una industria internacional sin escrúpulos, of course. Ese fascinante país que, en lo que respecta a la conciencia animal, está a la izquierda de la Edad Media, utiliza unos medios para arrancar la piel de canes y mininos, que sobrepasan cualquier definición de crueldad. En China se mata cada año a 2 millones de gatos y perros cuyas pieles son exportadas a Europa y Norteamérica. Los animales mueren de forma atroz, ahorcados, apaleados o despellejados vivos (esta piel también es vendida en objetos como muñecos, llaveros, juguetes para niños y para animales, etc).
 
 
 

Con la (horripilante) duda razonable plantada en la cabeza, sólo me quedaba una cosa por hacer: googling. Miré la etiqueta de peludo y su origen me erizo la piel: made in China. Un artículo para distinguir la piel falsa de la verdadera llego a mis angustiados ojos antes de que me diera una embolia. Básicamente, existen cuatro formas de diferenciar una piel de otra y peludo pasó el test con nota, sin embargo, el miedo y la desconfianza no me han abandonado del todo.
Lo que se recomienda, lo que yo misma me he encomendado, from now on, es que, es que lo más prudente y responsable es no volver a adquirir ningún abrigo, chaquetón, bolso, etc, que contenga el más mínimo centímetro de piel, por muy eco o animal friendly que proclame ser la marca en cuestión. La vida ya es suficientemente complicada y hay dudas que resultan demasiado pesadas y dolorosas como para caminar a diario con ellas por iniciativa propia.


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