Sunday, March 04, 2012

Bad milk



Desde que me hice vegetariana he utilizado (un poco ingenuamente) la presencia de leche de soja en locales y supermercados como medidora de eco-conciencia.

Hacia finales de los 90 había una marca de leche de soja en todos los hipermercados y, con suerte, en algún super de barrio. Esa única leche vegetal, que tenías que consumir sí o sí, no tenía demasiada competencia, estaba en su “fase oral” y, la mayoría de las veces, como diría Ned Flanders, sabía a rayos y centellitas.

Ahora se puede elegir. No sólo tienes media docena de marcas de leche de soja en cualquier supermercado, sino que también puedes decantarte por la milk de avena, de arroz, de avellana o de almendra. Las diferencias entre unas y otras, incluso entre las que utilizan el mismo ingrediente base, son notables, así que es cuestión de someterse al tedioso proceso del ensayo y error hasta encontrar “la niña de tus guisos”.




También ha cambiado el consumer target. La leche vegetal ya no es cosa de animalistas concienciados o hippies excéntricos, sino que, además, la toman personas que cuidan su dieta, intolerantes a la lactosa, todos aquellos a los que les gusta experimentar con la variedad o, simplemente, quienes no soportan el sabor del jugo mamario vacuno.

En la mayoría de los bares, cafeterías y restaurantes, sin embargo, su uso, resulta, no sólo menos frecuente, sino casi insólito, de tal forma que, aún hoy, al preguntar por una alternativa vegetal, hay quien frunce en ceño y te mira con recelo, como si, en lugar de leche de soja, hubieras pedido algo inconcebible, como leche de burra.

Lamentablemente, en muchas ocasiones, en parte por desgaste y en parte por conformismo, se da la batalla por perdida de antemano, lo cual resulta tremendamente contraproducente. Los no consumidores de leche de vaca no deberíamos renunciar a un café, a un helado, un postre o al uso de mahonesa o de bechamel en cualquier plato (todos fácilmente sustituibles por una alternativa vegetal) sin, al menos, dejar claras nuestras preferencias, o, incluso, protestar amablemente por ello (no demos más municiones a la mayoría inconsciente de las que ya tiene).




Me atrevo a asegurar que tod@s los no cow milk drinkers tenemos una o varias anécdotas en nuestro museo particular de los horrores. Curiosamente, en mi caso, la más llamativa ocurrió, inoportunamente, en un hospital hace pocas semanas. Tuve la poca delicadeza de preguntar cuántos tipos de té había en la cafetería, y fui contestada con “¿y qué mas da que sea verde, negro o rojo?” (insulto number one) en ese tono entre la chulería y el paternalismo que utilizan esos hombres machistas que necesitan sentir que tienen el dominio en cualquier situación (cuando, en la mayoría de la veces, dista mucho de ser así).

Con todo el dominio del que fui capaz, le dije que quería un té negro con leche. Mientras lo preparaba, de mala gana e incapaz de comprender el hecho insólito de que alguien quisiera mezclar té con leche sin prescripción médica, no pudo reprimirse, y pronunció un sonoro y grosero “esto es una mariconada” (insulto number two). Antes de que pudiera responderle asertivamente, colocó el té frente a mi, mientras una nueva perla salía de su boca “desde luego, como os engañan con estas paridas” (insulto number three).

Creo que nunca he sentido más ganas de abofetear a alguien. Cuando salí de la cafetería (que no volvería a pisar en todos los días posteriores) no tenía claro si lo que más me había dolido había sido ser el objeto de aquel despliegue de zafiedad y estupidez supina o el hecho de saber que un energúmeno despreciable trabajaba en el lugar en el que más seres vulnerables por metro cuadrado hay en el mundo.




*
Related Posts with Thumbnails