Thursday, January 27, 2011

The Pigeon Paradox (La Paradoja Palomil)




Cuando se convive con omnívoros durante mucho tiempo y éstos no dan ni la más mínima muestra de “veganización”, un@ acaba por albergar hacia ellos cierto rencor teñido de un, a veces, mal disimulado sentimiento de culpa (especialmente si los otros forman parte de tu familia). “¿Cómo es posible que yo haya “heredado” tantos miedos, introyectos y neurosis, y a ellos no se les haya pegado nada de mi en tantos años?¿estaré haciendo algo mal?¿no decía Einstein que dar ejemplo era, no la mejor forma de influir en los demás, sino la única?".

Mi madre estaría hasta el moño azul de Marge Simpson (si lo tuviera) de mis consejos y reproches. Le insisto machaconamente para que rebaje su dosis de embutidos y pontifico sin parar sobre las mentiras y maldades de la leche, entre otras cosas. He llegado, incluso, a proponerle “el lunes sin carne” inspirada por la exitosa campaña de Sir Paul McCartney, pero, hasta la fecha, todos mis esfuerzos siguen aparcados en algún submarino amarillo, muy por debajo de la superficie.

Sin embargo, cuando el incidente gatuno navideño me instó a tirar temporalmente la toalla, reparé en una paradoja materna que me resulta, cuanto menos, curiosa.
Una amiga fue la primera en resaltar lo insólito de la situación: hey, hay una paloma comiendo en vuestra ventana. “Lo sé- contesté yo- Es Sally”.

Sally apareció un día de otoño. Mientras yo repartía migas de pan, equitativamente, entre palomas y gorriones, ella se separó de sus rivales y, con descaro y tozudez, se posó en la ventana reclamando una ración individual. Cuando mi madre la descubrió, y se miraron la una a la otra, casi pude escuchar el eco de los violines resonando desde algún punto de la casa. Desde entonces nos ha visitado diariamente y como el roce hace el cariño, en lugar del genérico-impersonal “¡eh, tú, paloma!” decidí llamarla Sally.

“¡Pobrecita, le falta un pie y en la otra pata tiene un muñón!” suele repetir mi madre. Y esa minusvalía, es la discriminación positiva que ha conseguido que Sally sea la paloma más rolliza de toda la plaza.
El animalillo nos visita varias veces al día. A veces pide comida y otras, simplemente, se echa en el alfeizar, a pesar del viento y del frío. (Y es que, aunque haya ventanas wind-proof, sabe que en la nuestra puede disfrutar de una siesta sin interrupciones). Es casi como tener un pájaro como mascota. Un pájaro libre.

Y es viendo el mimo con el que mi madre escoge los menús palomiles, cómo se esfuerza para que nadie, ni siquiera el viento, le sise a Sally ni una miga de pan (o de cous cous) o cómo (y esto es lo más extraño de todo) nunca ha expresado una queja por los asquerosos regalitos que ocasionalmente hay que retirar de la ventana, cuando me es imposible ver con precisión quién ha podido influir más en quién: si ella en mi o yo en ella.

Dudo mucho que mi madre llegue a ser veg(etari)ana o que, algún día, enarbole junto a mi la bandera de la cruzada animalista, pero aunque a veces me cueste verlo (o admitirlo), de alguna casta le tiene que venir la sensibilidad y la empatía a este galgo.

Thursday, January 06, 2011

Cuento de Navidad



Nunca dejará de fascinarme la fragilidad de los hilos que mueven los acontecimientos. Si una amiga no hubiera olvidado el móvil en un pub la tarde del 25 de diciembre, no habríamos desandado nuestros pasos. Si yo la hubiera acompañado al interior del local en lugar de esperar fuera, no habría escuchado unos gritos de auxilio. Si no hubiera buscado incansablemente al emisor de esos gritos, ahora no tendría cicatrices en la mano.

Al principio pensé, con horror, que aquel maullido lastimero que subía y bajaba de volumen e intensidad, provenía de uno de los contenedores subterráneos, pero me equivocaba. Su escondrijo eran los coches a ambos lados de la carretera, entre los que se movía con la temeridad de sus escasos dos meses de vida.
Cuando salió del pub, móvil en mano, mi amiga no necesitó preguntármelo para saberlo, le bastó leérmelo en los ojos.

El animalillo estaba asilvestrado, además de extremadamente asustado, por lo tanto, iba a resultar más que difícil cogerlo. Necesitábamos refuerzos, así que la operación rescate final incluyó a otra amiga, su paciente novio, un bol de leche, una espontánea de mediana edad que aseguraba haber rescatado a otro michin en las mismas, una niña oriental que debía estar aburrida beyond words (observar atentamente los torpes intentos de “caza gatuna” de unos desconocidos en una de las noches de navidad más frías que se recuerdan, no es, precisely, un espectáculo de masas) y algunos transeúntes-reporteros que nos iban señalando el punto exacto de la localización del felino.

Una hora (y crecientes síntomas de desensibilización en los dedos de los pies) más tarde, decidimos ir a tomar un necesario café antes de proseguir con el nada exitoso intento de rescate. El novio de una amiga y la niña oriental, sin embargo, insistieron en quedarse. Cuando mis amigas terminaban su café y a mi apenas me había dado tiempo a beber la mitad de mi té verde con menta, ambos, adulto y niña, se asomaron a ventana de la cafetería con una sonrisa en los labios y una caja de cartón: ¡lo habían cogido!

El cuento dickensiano estaba escrito. Teníamos el frío escenario navideño, las circunstancias difíciles, la acción desinteresada, el espíritu solidario, el buen samaritano (¿cómo noses conseguiría atraparlo?). ¿Qué nos faltaba? Mr Scrooge, of course. En este caso, Mrs, porque en esta ocasión fue reencarnado por mi señora madre.

Si os soy completamente sincera, no tenía muy clara mi motivación principal en aquel rescate. Para mi ayudar a un gatito de la calle no difiere demasiado de socorrer a un niño perdido. ¿Acaso llevártelo a casa y darle un par de galletas implica, necesariamente, adoptarlo?. Lo único que sabía era que no podía abandonarlo a merced del tráfico, el hambre y el frío. Pero si todo iba bien, nos enamorábamos de él y el animalillo estaba sano, tal vez...

Mi madre, sin embargo, tenía más claro que yo lo que quería y lo que no. Creo que en mi vida la he visto más inflexible, radical e histérica. No habrá más gatos at home. Ever again. Lo malo es que su actitud no varió un ápice cuando le dejé bien claro que el gatin estaría out en breve. Supongo que las dos muertes gatunas recientes que habíamos vivido decidieron por ella.

Cuando un nuevo animalin (especialmente si es callejero) llega a casa, lo ideal es reservarle una habitación para a) que se vaya acostumbrando a los habitantes, sonidos y olores, y b) proteger a los gatos caseros de posibles enfermedades, además de parásitos.
Pero a pesar de las necesarias restricciones, era mi invitado, así que me aseguré de que disfrutara del mejor bufé libre. También le hablaba y cantaba para tranquilizarlo cuando comenzaba a maullar (por algún extraño motivo, funcionaba). Phoebe, mi gata, se convirtió en la guardiana de su puerta, pero nunca llegó a verlo. No me imagino nada más frustrante para un gato que la curiosity insatisfecha.

Tras un día y medio encerrado en el cuarto de baño pequeño, cuando el pobre comenzaba, poco a poco, a “desdesconfiar” de mi, llegó el momento de entregarlo a la protectora. En aquel segundo intento de caza, las dos recibimos heridas de guerra, pero mi madre se llevó la peor parte.
Pensé que sentiría cierto alivio en el momento del adiós (la situación at home era insostenible), pero más bien fue todo lo contrario. Confieso que mi yo científico también se sintió frustrado. Convertir a una desconfiada panterita en un ronronator peluchón (or something in between) era un desafío que me apetecía mucho. El pobre apuntaba maneras. Aprendió a usar el arenero desde el día uno. Es curiosa (y admirable) la pulcritud innata de los gatos...

Carta a los Reyes Magos




Queridos Reyes Magos,

Este 2011, como animalista, os pido:

- Determinación para no rendirme ante ninguna batalla.

- Coraje para gritar cuando ninguno (o pocos) estén dispuestos a escucharme.

- Fuerza para seguir nadando a contracorriente en esta marea especista.

- Paciencia para comprender que este loco mundo se mueve demasiado despacio.

- Resignación para asumir que es imposible ganar en todos los frentes.

- Autoresponsabilidad para no olvidar que formo parte de un gran engranaje y que mi voz cuenta.

- Comprensión para no odiar a todos los insensibles y, aún peor, indiferentes ante el dolor y el sufrimiento animal. Su ignorancia, crueldad y prejuicios son el resultado de lo que les ha tocado vivir. No quieren/no saben ver, pero no son mis enemigos.

- Astucia y sutileza para transmitir lo que sé y hacerlo siempre desde el amor, nunca desde el reproche. "Dar ejemplo no es sólo la mejor manera de influir en los demás, es la única".

- Amor o autoestima para fortalecerme y valorarme. Cuanto más me quiera, más seré capaz de amar a otros.

- Alegría y optimismo para soportar todos los sinsabores.


Muchas gracias,


Alhy.
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