Thursday, September 17, 2009

¿Gato o tostadora?



“Puedo intentar solucionar el problema de su tostadora, pero ha de saber que las probabilidades son casi mínimas. Es vieja y el resultado no ofrece garantías. Piénselo bien, pero creo que no le compensa. Puede acabar gastándose un pastón en ella, mientras una nueva le saldría mas barata”.

Si substituímos la palabra tostadora por gato, voilà el sensible y cuidadoso diagnóstico de mi peluchín, hace algo más de tres meses. Y es que mi pequeño lo tenía todo en su contra: trece añazos, raza persa, anemia, niveles mínimos de potasio y, lo peor del cuadro clínico, un tumor en el estómago que, al parecer, era el más potente de todos. Operarle saldría caro carísimo carérrimo, tenía muy pocas posibilidades de sobrevivir y, además, el más dificil todavía: muchas papeletas de que se le reprodujera de nuevo. Sin embargo, en mi casa, nadie se planteó, ni por un segundo, la opción de “no operation”. Andy era un miembro de la familia y, por lo tanto, cualquier consideración especista resultaba, no solo inhumana, sino moralmente despreciable. ¿Acaso si hay una mínima probabilidad de salvar a un ser querido, sea quien sea, no nos aferramos a ella?

Las estadísticas cantaban, pero mi gato maulló más fuerte. A pesar del escepticismo del doctor Descartes, Andy no sólo sobrevivió a la operación, si no que evolucionó tan bien, que a los tres días, ya estaba correteando y esparciendo ADN por casa.

En una de las múltiples visitas veterinarias durante la fase convaleciente, sin embargo, el personal veterinario, capitaneado por el arriba mencionado “arregla-animales”, nos sorprendió con una muestra más de sensibilidad y sutileza, esta vez empapada de jabón:

“Mucha gente habría dejado morir a su mascota y no invertir dinero en una operación que no ofrece casi ninguna garantía, pero vosotras, en un acto de generosidad, habéis decidido regalarle a Andy un tiempo más de vida”.

Mientras reprimía mis impulsos de rociarle con napalm o empalarle al más puro estilo Holocausto Caníbal, me sobrevino una tristeza abrumadora. No sólo por los animales no humanos cuyas familias habían elegido “tostadora”, sino por tod@s los doctores Descartes del mundo, que, o mi intuición me engañaba, o seguían siendo mayoría.

Tres meses después, mi guapísimo pelirrojo ya ha recuperado del todo su oronda figura, su vitalidad, e incluso su pelo (¡Es mi héroe!). Durante el último encuentro con el Dr House del mundo veterinario, y aún sorprendido por su espectacular recuperación, la excusa-explicación fue “claro, el animal ha sobrevivido porque durante toda su vida ha estado bien alimentado”.
Nutrición, of course. Esa es la clave de la evolución. Lo único que nos diferencia o nos hace extraordinarios...

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